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ENDER EL XENOCIDA Orson Scott Card - los dependientes

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−¿Qué pasa? −preguntó.<br />

−Los padres siempre lo deciden todo −se lamentó Wang−mu.<br />

Qing−jao asintió, preguntándose por qué Wang−mu se molestaba en decir algo tan obvio.<br />

−Ése es el principio de la sabiduría −dijo−. Además, mi madre está muerta.<br />

La labor virtuosa siempre terminaba a primeras horas del atardecer. Oficialmente, era para que la<br />

gente que vivía lejos de <strong>los</strong> campos tuviera tiempo de regresar a su casa. En realidad, era en<br />

reconocimiento de la costumbre de celebrar una fiesta al final de la labor. Como habían trabajado<br />

sin descanso durante toda la hora de la siesta, mucha gente se sentía mareada después de la labor<br />

virtuosa, como si hubieran permanecido despiertos toda la noche. Otros se sentían torpes y<br />

vacilantes. Todo era una excusa para beber y cenar con <strong>los</strong> amigos, y luego desplomarse en la cama<br />

temprano para compensar el sueño perdido y el duro trabajo del día.<br />

Qing−jao era de las que se sentían agotadas; Wang−mu era obviamente de las alegres. O tal vez se<br />

debía simplemente al hecho de que la Flota Lusitania pesaba sobre la mente de Qing−jao, mientras<br />

que Wang−mu acababa de ser aceptada como doncella secreta por una muchachita a quien hablaban<br />

<strong>los</strong> dioses. Qing−jao guió a Wang−mu a través de <strong>los</strong> trámites para solicitar empleo en la Casa de<br />

Han (lavarse, tomar las huellas, la comprobación de seguridad), hasta que finalmente se hartó de<br />

escuchar la voz temblorosa de Wang−mu y se retiró.<br />

Mientras subía las escaleras hacia su habitación, Qing−jao oyó que Wang−mu preguntaba<br />

temerosamente:<br />

−¿He ofendido a mi nueva señora?<br />

Y Ju Kung−mei, el guardián de la casa, respondió:<br />

−La agraciada responde a otras voces aparte de la tuya, pequeña.<br />

Fue una respuesta amable. Qing−jao admiraba con frecuencia el tacto y la sabiduría de aquel<strong>los</strong> a<br />

quienes su padre había contratado. Se preguntó si habría elegido con el mismo acierto en su primer<br />

contrato.<br />

En ese momento supo que se había precipitado al tomar una decisión tan rápida, sin consultar antes<br />

a su padre. Wang−mu resultaría inadecuada, y su padre la reprendería por haber actuado<br />

alocadamente.<br />

Imaginar el reproche de su padre bastó para provocar el reproche inmediato de <strong>los</strong> dioses. Qing−jao<br />

se sintió sucia. Se apresuró a su habitación y cerró la puerta. Resultaba amargamente irónico que<br />

pudiera pensar hasta la saciedad lo odioso que era ejecutar <strong>los</strong> rituales que <strong>los</strong> dioses exigían, lo<br />

vacía que era su adoración, pero al pensar deslealmente en su padre o el Congreso Estelar tenía que<br />

cumplir una penitencia inmediatamente.<br />

Por norma se pasaba media hora, una hora, quizá más, resistiendo la necesidad de la penitencia,<br />

soportando su propia suciedad. Hoy, sin embargo, ansiaba el ritual de purificación. A su modo, el<br />

ritual tenía sentido, estructura, principio y fin, reglas que seguir. No como el problema de la Flota

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