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el-cuaderno-dorado_dorislessing

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canción. Me constaba que sentía nostalgia. Willi no tenía oído ni era capaz de<br />

cantar, pero cuando se acordaba de Berlín se ponía a tararear, muy mal, un millón<br />

de veces, una de las m<strong>el</strong>odías de La ópera de cuatro cuartos, de Brecht.<br />

¡Oh! El tiburón tiene malvados dientes, querido. Y los mantiene, siempre,<br />

esplendorosamente blancos...<br />

Años más tarde fue una canción muy conocida, pero yo la aprendí en<br />

Mashopi, de Willi. Y me acuerdo d<strong>el</strong> profundo sentimiento de frustración que<br />

experimenté al oírla convertida en una canción popular, en Londres, después de<br />

aqu<strong>el</strong> triste y nostálgico canturreo de Willi, quien nos dijo que era «una canción de<br />

cuando yo era niño, de un tal Brecht... Me pregunto qué habrá sido de él, pues era<br />

realmente muy bueno».<br />

—¿Qué pasa, amigos —inquirió George después de un largo e incómodo<br />

silencio.<br />

—Yo diría que nos invade cierto grado de desmoralización —dijo Paul en<br />

tono intencionado.<br />

—¡Oh, no! —exclamó Ted; pero luego se contuvo y permaneció con <strong>el</strong> ceño<br />

fruncido. Después se levantó de un salto y añadió—: Me voy a la cama.<br />

—Todos nos vamos a la cama —dijo Paul—, Así que espera un minuto.<br />

—Yo quiero mi cama. ¡Qué sueño tengo! —prorrumpió Johnnie.<br />

Aquélla debía ser la frase más larga que le habíamos oído decir hasta<br />

entonces. Se levantó tambaleándose y tuvo que apoyar una mano en <strong>el</strong> hombro de<br />

Stanley para no caer. Pareció que había meditado sobre la cuestión y que había<br />

llegado a la conclusión de que era necesario decir algo, pues añadió, dirigiéndose a<br />

George—: Ocurre lo siguiente: yo vine al hot<strong>el</strong> porque soy amigo de Stanley, y él<br />

me dijo que había un piano y baile los sábados por la noche. Pero a mí la política no<br />

me interesa. Tú eres George Hounslow, ¿verdad Les he oído hablar de ti.<br />

Encantado de conocerte. —Le extendió la mano, y George se la apretó<br />

calurosamente.<br />

Stanley y Johnnie se marcharon, guiándose por la luz de la luna, hacia<br />

donde estaban los dormitorios. Ted se levantó y dijo:<br />

—Yo también, y no pienso volver nunca más.<br />

—¡Bah! No te pongas tan trágico —le reprochó Paul, fríamente.<br />

Aqu<strong>el</strong>la frialdad repentina sorprendió a Ted, quien nos miró a los demás<br />

vagamente ofendido y avergonzado. Pero se volvió a sentar.<br />

—¿Qué diablos hacen estos dos tipos con nosotros —inquirió George con un<br />

tono de aspereza que rev<strong>el</strong>aba desdicha—. Son buenos tipos, claro. Pero ¿por qué<br />

hablamos de nuestros problemas en su presencia<br />

Willi siguió sin responder. El canturreo, débil y triste, continuaba muy cerca<br />

de mi oreja:<br />

—¡Oh! El tiburón tiene malvados dientes, querido...<br />

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