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el-cuaderno-dorado_dorislessing

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Me pongo enferma cuando leo la parodia de la sinopsis o las cartas de la<br />

empresa cinematográfica; sin embargo, sé que lo que entusiasmó tanto a la<br />

productora fue, precisamente, lo que hizo que la nov<strong>el</strong>a tuviese éxito. La nov<strong>el</strong>a<br />

«trata» de un problema racial. En <strong>el</strong>la no he dicho nada que no fuera verdad. Pero<br />

la emoción que la hizo surgir era aterradora; era la excitación malsana, febril e<br />

ilícita de la época de la guerra, una nostalgia soterrada, un anh<strong>el</strong>o de desenfreno,<br />

de libertad, de s<strong>el</strong>vatiquez, de indeterminación. Para mí, está tan claro que ahora<br />

no puedo leer la nov<strong>el</strong>a sin sentir vergüenza, como si fuera desnuda por la calle. No<br />

obstante, nadie más parece haberlo notado. Ninguno de los críticos, ninguno de mis<br />

amigos cultos y literarios lo vio. Es una nov<strong>el</strong>a inmoral porque esta nostalgia<br />

soterrada ilumina cada una de las frases. Y sé que para escribir otra, para escribir<br />

estos cincuenta informes sobre la sociedad, utilizando los datos que guardo en mi<br />

poder, tendría que excitar en mí, d<strong>el</strong>iberadamente, esta misma emoción. Y esta<br />

emoción haría que estos cincuenta libros fueran nov<strong>el</strong>as y no reportajes.<br />

Cuando me remonto a pensar en aqu<strong>el</strong>la época, en aqu<strong>el</strong>los fines de semana<br />

pasados en <strong>el</strong> hot<strong>el</strong> Mashopi con aqu<strong>el</strong> grupo, primero tengo que desconectar algo<br />

en mí, pues de lo contrario empezaría a surgir una «historia», una nov<strong>el</strong>a, y no la<br />

verdad. Es como recordar una r<strong>el</strong>ación amorosa especialmente intensa, una<br />

obsesión sexual. Resulta fantástico comprobar cómo, a medida que se profundiza<br />

en la nostalgia, las «historias» empiezan a tomar forma bajo la excitación,<br />

reproduciéndose como células bajo un microscopio. Sin embargo, hay tanta fuerza<br />

en dicha nostalgia, que estas líneas sólo las puedo escribir deteniéndome cada dos<br />

o tres frases. Nada tiene tanta fuerza como este nihilismo, esta disposición furiosa<br />

para echarlo todo por la borda, esta voluntad, este anh<strong>el</strong>o de tomar parte en <strong>el</strong><br />

desenfreno. Es una emoción que constituye una de las razones más poderosas para<br />

la subsistencia de las guerras. Y la gente que haya leído Las fronteras de la guerra<br />

habrá sido alimentada con esta emoción, aunque no fuera consciente de <strong>el</strong>lo. Por<br />

esto me avergüenzo y me siento continuamente como si hubiera cometido un<br />

crimen.<br />

El grupo estaba compuesto de gente reunida por casualidad y que sabía que<br />

no volvería a encontrarse una vez pasada aqu<strong>el</strong>la fase concreta de la guerra. Todos<br />

sabían, y reconocían con absoluta franqueza, que no tenían nada en común.<br />

Totalmente al margen d<strong>el</strong> entusiasmo, de la fe y de las horribles dificultades<br />

que la guerra estaba creando en otros lugares d<strong>el</strong> mundo, en <strong>el</strong> nuestro la<br />

característica fue, desde <strong>el</strong> principio, un sentimiento ambiguo. En seguida se vio<br />

claro que, para nosotros, la guerra iba a resultar una cosa exc<strong>el</strong>ente. El fenómeno<br />

no era nada complicado que necesitara la explicación de expertos. La prosperidad<br />

material llegó, tangible, al África central y d<strong>el</strong> Sur; de súbito hubo mucho más<br />

dinero para todo <strong>el</strong> mundo, y esto fue así incluso para les africanos, de quienes se<br />

esperaba únicamente que tuvieran <strong>el</strong> mínimo necesario para conservarse con vida<br />

para trabajar. No se produjo ninguna carestía seria de los artículos adquiribles con<br />

aqu<strong>el</strong> dinero, o si se produjo no fue lo suficientemente grave como para interferir<br />

en <strong>el</strong> disfrute de la vida. Los fabricantes locales empezaron a manufacturar lo que<br />

estaban acostumbrados a importar, demostrándose así una vez más que la guerra<br />

tiene dos caras. Era una economía tan aletargada, tan descuidada, tan basada en<br />

una mano de obra deficiente y atrasada, que requería que la sacudieran desde <strong>el</strong><br />

exterior. Y la guerra fue la sacudida que necesitaba.<br />

Había otra razón para sentirse cínico; porque la gente empezó a mostrar<br />

cinismo, cansada ya de avergonzarse, como hizo al comienzo. La guerra se nos<br />

presentaba como una cruzada contra las malévolas doctrinas de Hitler, contra <strong>el</strong><br />

racismo, etc. Y, sin embargo, toda aqu<strong>el</strong>la enorme masa de tierra, casi la mitad d<strong>el</strong><br />

área total de África, estaba regida precisamente según la premisa de Hitler de que<br />

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