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el-cuaderno-dorado_dorislessing

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Se produjo un silencio, tras <strong>el</strong> cual George prorrumpió, llanamente:<br />

—Todas estas teorías vu<strong>el</strong>an demasiado alto para mí. De pronto, teníamos<br />

todos una expresión incómoda, excepto George. Muchos camaradas adoptan<br />

actualmente esa actitud a la pata la llana, una especie de prosaísmo cómodo que,<br />

sin embargo, es tan propio de la personalidad de George, que a él ya no le<br />

preocupa en absoluto. Me sorprendí pensando: «Bueno. Está justificado. Él lleva a<br />

cabo una buena labor en pro d<strong>el</strong> Partido. Si ésta es su forma de permanecer en él,<br />

pues...». Y, sin adoptar la expresa decisión de discutir más <strong>el</strong> folleto, lo dejamos de<br />

lado para pasar a tratar asuntos generales, como la política comunista en distintos<br />

lugares d<strong>el</strong> mundo: Rusia, China, Francia, nuestro propio país... Durante todo <strong>el</strong><br />

rato pensé: «Ni una sola vez uno de nosotros dirá que algo está fundamentalmente<br />

mal. No obstante, se halla implícito en cuanto decimos». No podía apartar de mi<br />

mente este fenómeno: cuando dos de nosotros nos encontramos, discutimos a un<br />

niv<strong>el</strong> completamente distinto de cuando están presentes tres personas. Dos de<br />

nosotros, solos, somos como dos individuos que discuten de política según una<br />

tradición crítica, como lo haría cualquier persona no comunista. (Por persona no<br />

comunista entiendo aqu<strong>el</strong>la a quien no se reconoce como comunista salvo por la<br />

terminología, si se la escucha desde fuera.) Pero cuando somos más de dos, se<br />

establece un espíritu d<strong>el</strong> todo diverso. Esto es especialmente cierto en lo que dice<br />

Stalin. Aunque estoy dispuesta a creer que está loco y que es un asesino (aun<br />

teniendo siempre en cuenta lo que dice Micha<strong>el</strong>: que estamos en una época en la<br />

que resulta imposible saber la verdad sobre nada), me agrada que la gente se<br />

refiera a él en un tono de simple y afable respeto. Porque, si se abandonara ese<br />

tono, se perdería algo muy importante. En efecto, por paradójico que parezca, se<br />

perdería cierta fe en las posibilidades de la democracia, de la honestidad, y un<br />

sueño perecería..., al menos para los de nuestra época.<br />

La conversación empezó a hacerse inconexa y me ofrecí para calentar té.<br />

Todos estábamos contentos de que la reunión acabara. Preparé <strong>el</strong> té y luego me<br />

acordé de una historia que me habían mandado la semana pasada. Era la de un<br />

camarada que vivía cerca de Leeds. Al leerla por vez primera pensé que era un<br />

alarde de ironía, luego que era una parodia muy hábil de determinada actitud, y<br />

finalmente me di cuenta de que iba en serio. Ocurrió cuando hurgué en mis<br />

recuerdos y empecé a desenterrar algunas de mis propias fantasías. Pero, a mi<br />

entender, lo importante era que pudiera leerse como una parodia, ya fuese irónica<br />

o seria. Pienso que ésta es otra muestra de la fragmentación de todo, de la penosa<br />

desintegración de algo que me parece estrechamente ligado a lo que yo siento que<br />

es cierto acerca d<strong>el</strong> lenguaje, es decir: la progresiva imprecisión d<strong>el</strong> lenguaje frente<br />

a la densidad de nuestra experiencia. A pesar de todo, después de hacer <strong>el</strong> té, les<br />

dije que deseaba leerles una historia.<br />

[Aquí había pegadas varias hojas de pap<strong>el</strong> de carta ordinario, rayado,<br />

arrancadas de una libreta azul y escritas con una caligrafía muy cuidada.]<br />

Cuando <strong>el</strong> camarada Ted supo que le habían <strong>el</strong>egido miembro de la<br />

d<strong>el</strong>egación de maestros que debía viajar a la Unión Soviética, se sintió muy<br />

orgulloso. Al principio le costó creerlo. No se sentía digno de tan gran honor. Sin<br />

embargo, ¡no quería dejar escapar la oportunidad de visitar la madre patria de los<br />

Trabajadores! Por fin, <strong>el</strong> gran día llegó. Acudió al aeropuerto, donde debía reunirse<br />

con los demás camaradas. En la d<strong>el</strong>egación había tres maestros que no eran<br />

miembros d<strong>el</strong> Partido: ¡qué buenos muchachos resultaron! A Ted le fascinó <strong>el</strong> vu<strong>el</strong>o<br />

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