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el-cuaderno-dorado_dorislessing

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Sin embargo, unas semanas después, Ella conoce a un hombre en una<br />

fiesta. Vu<strong>el</strong>ve a ir conscientemente a fiestas, aunque odia «estar de nuevo en <strong>el</strong><br />

mercado». El hombre es un escritor de guiones, canadiense. Su aspecto físico no le<br />

atrae mucho; pero es int<strong>el</strong>igente, y posee un sentido d<strong>el</strong> humor peculiar,<br />

transatlántico, hecho de esas ocurrencias lúcidas y agudas que tanto la divierten.<br />

Su esposa, que está en la fiesta, es una chica guapa, de una b<strong>el</strong>leza que podría<br />

clasificarse de profesional. A la mañana siguiente, <strong>el</strong> hombre llega al piso de Ella sin<br />

avisar. Lleva ginebra, agua tónica y flores, y convierte la situación en <strong>el</strong> juego «d<strong>el</strong><br />

hombre que se presenta a seducir a la chica que conoció en la fiesta de ayer noche,<br />

con flores y ginebra». Ella lo encuentra divertido. Beben, ríen y hacen chistes.<br />

Riendo, se acuestan. Ella «da placer», pero no siente nada. Juraría, incluso, que él<br />

tampoco siente nada, pues en <strong>el</strong> instante de la penetración le pasa por la mente la<br />

certeza de que es algo que él ha decidido hacer y nada más. «Bueno, yo también lo<br />

estoy haciendo sin sentir nada. ¿Cómo, pues, puedo criticarle a él No es justo.»<br />

Luego piensa, reb<strong>el</strong>ándose: «Pero la cuestión es que <strong>el</strong> deseo d<strong>el</strong> hombre crea <strong>el</strong><br />

deseo de la mujer o debe crearlo. Así que tengo razón al ser severa».<br />

Continúan bebiendo y haciendo bromas. Luego él observa, por casualidad,<br />

sin conexión con nada que haya sucedido antes:<br />

—Tengo una mujer hermosa a la que adoro, tengo un trabajo que me gusta,<br />

y ahora tengo una chica.<br />

Ella comprende que se le asigna <strong>el</strong> pap<strong>el</strong> de esa chica, y que la hazaña de<br />

haberla llevado a la cama es una especie de proyecto o plan para tener una vida<br />

f<strong>el</strong>iz. Cae en la cuenta de que él espera que la r<strong>el</strong>ación continúe, dando por<br />

supuesto que va a ser así. Ella insinúa que, por su parte, <strong>el</strong> intercambio ha<br />

terminado, y al decirlo ve cruzar por <strong>el</strong> rostro de su compañero un r<strong>el</strong>ámpago de<br />

siniestra vanidad, pese a que <strong>el</strong> tono de su voz ha sido de gentileza, de auténtica<br />

sumisión, como si su rechazo se debiera a circunstancias ajenas a su control.<br />

Él la estudia, con gesto endurecido.<br />

—¿Qué pasa, nena ¿Es que no te he satisfecho —le pregunta, abatido y<br />

como perdido.<br />

Ella se apresura a asegurarle que sí, aunque no sea cierto. Pero comprende<br />

que la culpa no es de él, pues no ha tenido un verdadero orgasmo desde que Paul<br />

la dejó.<br />

Ella dice, con involuntaria rudeza:<br />

—Bueno, me parece que no hay mucha convicción en ninguno de los dos.<br />

De nuevo la mirada dura, abatida, clínica d<strong>el</strong> hombre:<br />

—Tengo una mujer hermosa —anuncia—. Pero no me satisface sexualmente.<br />

Necesito más.<br />

Esta confesión hace enmudecer a Ella. Siente como si se encontrara en una<br />

tierra de nadie, perversamente emocional, que nada tiene que ver con su persona<br />

aun cuando se haya adentrado en <strong>el</strong>la como perdida y temporalmente. Pero se da<br />

cuenta de que él no comprende realmente qué hay de raro en lo que ofrece. Tiene<br />

un pene grande, «se porta bien en la cama»... y ya está. Ella permanece inmóvil,<br />

muda, pensando que <strong>el</strong> cansancio sensual que rev<strong>el</strong>a en la cama es la otra cara d<strong>el</strong><br />

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