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el-cuaderno-dorado_dorislessing

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—Nunca se lo he dicho a nadie.<br />

—¿Puedo leer algo<br />

Se queda un rato inmóvil, tirándose d<strong>el</strong> recio y viejo bigote que ahora ya es<br />

blanco. Luego se levanta y abre un cajón cerrado con llave. Le entrega un manojo<br />

de poemas. Son todos poemas sobre la soledad, la derrota, la fortaleza, las<br />

desventuras d<strong>el</strong> aislamiento. Se refieren casi todos a soldados. T. E. Lawrence: «Un<br />

hombre flaco y austero entre hombres flacos». Romm<strong>el</strong>: «Y al atardecer, los amantes<br />

se detienen en las afueras de la ciudad, donde una extensión cubierta de cruces<br />

se inclina sobre la arena». Cromw<strong>el</strong>l: «Fe, montañas, monumentos y rocas...». De<br />

nuevo T, E. Lawrence: «...pero explora los salvajes precipicios d<strong>el</strong> alma». Y otra<br />

vez T. E. Lawrence: quien renunció a «la luz, la acción y las puras recompensas, se<br />

reconoce derrotado como todos los que usamos las palabras».<br />

Ella se los devu<strong>el</strong>ve. El anciano indomable toma los poemas y los guarda de<br />

nuevo bajo llave.<br />

—¿Nunca has pensado en publicarlos<br />

—Desde luego que no. ¿Para qué<br />

—Lo pregunto sólo por curiosidad.<br />

—Naturalmente, tú eres distinta. Tú escribes para que te publiquen. En fin,<br />

supongo que es lo que hace la gente.<br />

—Nunca me has dicho si te había gustado mi nov<strong>el</strong>a. ¿La has leído<br />

—¿Gustarme Estaba bien escrita y todo eso. Pero aqu<strong>el</strong> inf<strong>el</strong>iz, ¿para qué<br />

quiso matarse<br />

—La gente hace esas cosas.<br />

—¿Cómo Todo <strong>el</strong> mundo quiere hacerlo en un momento u otro. Pero ¿por<br />

qué escribir sobre <strong>el</strong>lo<br />

—Puede que tengas razón.<br />

—Yo no digo que tenga razón. Es lo que yo siento. Es la diferencia entre<br />

todos nosotros y vosotros.<br />

—¿El qué, suicidarnos<br />

—No. Pedís tanto... La f<strong>el</strong>icidad, ese tipo de cosa... ¡La f<strong>el</strong>icidad! No me<br />

acuerdo de haber pensado nunca en <strong>el</strong>la. En cambio, vosotros parecéis creer que se<br />

os debe algo. Es por culpa de los comunistas.<br />

—¡Qué! —exclama Ella, atónita y divertida.<br />

—Sí, todos vosotros sois rojos.<br />

—Pero yo no soy comunista. Me confundes con mi amiga Julia. E incluso <strong>el</strong>la<br />

ya no lo es.<br />

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