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el-cuaderno-dorado_dorislessing

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una mujer de cerca de cincuenta años, con un vigor y una actividad de gallina<br />

vieja. Por consideración a Maryrose nos mostrábamos corteses con <strong>el</strong>la, la<br />

aceptábamos cuando aparecía bulliciosamente en <strong>el</strong> Gainsborough en busca de su<br />

hija. Cuando estaba <strong>el</strong>la presente, Maryrose se hundía en un estado de irritación<br />

apática, de fatiga nerviosa, pues si bien sabía que debía resistir a su madre, carecía<br />

de la energía moral necesaria para hacerlo. A esta mujer, a la que todos estábamos<br />

dispuestos a tolerar y a seguir la cuerda, Willi la curó con media docena de<br />

palabras. Una noche en que vino al Gainsborough y nos encontró hablando en <strong>el</strong><br />

comedor, desierto, dijo en voz muy alta:<br />

—Ya estáis aquí, como siempre. Debierais estar acostados.<br />

Y se iba a sentar con nosotros cuando Willi, sin alzar la voz, pero haciendo<br />

que sus gafas irradiaran dest<strong>el</strong>los hacia la cara de <strong>el</strong>la, dijo:<br />

—Señora Fowler.<br />

—¿Qué, Willi ¿Otra vez tú<br />

—Señora Fowler, ¿por qué viene persiguiendo a Maryrose, ocasionando<br />

tantas molestias<br />

Se quedó muda, enrojeció, pero permaneció de pie junto a la silla que había<br />

cogido para sentarse, con la vista fija en él.<br />

—Sí —añadió Willi, con calma—. Usted es una vieja pesada. Siéntese si<br />

quiere, pero estése callada, sin decir tonterías.<br />

Maryrose se puso blanca de terror y de sufrimiento por su madre. Pero la<br />

señora Fowler, después de un instante de silencio, soltó una risita, se sentó y se<br />

mantuvo callada. Y después de este incidente, si venía al Gainsborough se portaba<br />

con Willi como una niña bien educada en presencia de su padre tirano. Y esto no<br />

sucedió sólo con la señora Fowler y la propietaria d<strong>el</strong> Gainsborough.<br />

Ahora era la señora Boothby, a la cual no podía considerarse <strong>el</strong> tipo déspota<br />

que busca a otro tirano más fuerte que <strong>el</strong>la, ni tampoco la mujer que no se da<br />

cuenta de cuándo está de más. Y, sin embargo, incluso después de haber<br />

comprendido a través de sus nervios —ya que no de su int<strong>el</strong>igencia, pues no era<br />

int<strong>el</strong>igente— que había sido zaherida, volvía a por más. No se sumía en un estado<br />

de placer y aturdimiento al recibir una tunda como la señora Fowler, ni tampoco<br />

adoptaba un aire recatado y muchachil como la señora James d<strong>el</strong> Gainsborough;<br />

escuchaba con paciencia y replicaba, ensamblándose con lo aparente de la<br />

conversación, por decirlo así, para descartar la insolencia escondida y, de esta<br />

manera, lograr, incluso, que Paul y Willi se avergonzasen y volvieran a ser corteses.<br />

Pero estoy segura de que en muchas ocasiones, a solas, debió de ponerse roja de<br />

ira, cerrando los puños y diciendo entre dientes: «Sí, me gustaría golpearles...<br />

Hubiera tenido que darle una bofetada cuando dijo aqu<strong>el</strong>lo».<br />

La misma noche, Paul empezó casi en seguida uno de sus juegos favoritos:<br />

parodiar los lugares comunes de los habitantes de la Colonia hasta hacer que éstos<br />

se dieran cuenta de que les estaba tomando <strong>el</strong> p<strong>el</strong>o. Y Willi se agregó.<br />

—Al cocinero lo debe de tener desde hace muchos años, claro... ¿Quiere un<br />

cigarrillo<br />

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