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el-cuaderno-dorado_dorislessing

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aqu<strong>el</strong>la especie de disposición abierta a todo y que era como una espera pasiva. Tal<br />

vez así, un día, me encuentre escribiendo la nov<strong>el</strong>a. Aunque, en realidad, no me<br />

importa mucho... Pero tampoco me importaba mucho la otra. Si Paul me hubiera<br />

dicho que se casaba conmigo, si prometía no volver a escribir una sola palabra<br />

más, ¡Dios mío, cómo lo hubiera aceptado! Estaba yo dispuesta a comprar a Paul,<br />

lo mismo que Elise compra a Robert Brun. Aunque hubiera sido un doble engaño,<br />

porque <strong>el</strong> acto de escribir resulta insignificante en sí mismo, no es un acto creador,<br />

sino anotar algo. La historia ya estaba escrita con tinta invisible... En fin, quizás en<br />

un rincón, dentro de mí, está almacenada otra historia escrita con tinta invisible...<br />

Pero ¿qué importa eso, a fin de cuentas Me siento desgraciada porque he perdido<br />

una forma de independencia, de libertad, aun cuando <strong>el</strong> hecho de que yo sea libre<br />

no tiene nada que ver con escribir nov<strong>el</strong>as, sino más bien con mi actitud hacia un<br />

hombre..., y está probado que ha sido deshonesta, pues estoy hecha pedazos. Lo<br />

cierto es que mi dicha con Paul era más importante que todo lo demás. ¿Y cómo me<br />

veo ahora Sola, temiendo estar sola, sin recursos y huyendo de una ciudad<br />

estimulante porque carezco de la energía moral necesaria para llamar por t<strong>el</strong>éfono<br />

a una docena de personas que estarían encantadas si lo hiciera, o que, por lo<br />

menos, acabarían por estarlo. »Lo terrible es que, una vez concluida cada una de<br />

las fases de mi vida, me queda sólo un vulgar tópico que conoce todo <strong>el</strong> mundo: en<br />

este caso, que las emociones de las mujeres pertenecen todavía a un tipo de<br />

sociedad que ya no existe. Mis emociones más profundas, las auténticas, se<br />

r<strong>el</strong>acionan siempre con un hombre. Un solo hombre. Pero no llevo este tipo de vida,<br />

y sé de muy pocas mujeres que lo lleven. Por tanto, lo que siento no tiene ningún<br />

interés y es tonto... Siempre llego a la misma conclusión: que mis emociones son<br />

una tontería. Es como si siempre tuviera que borrarme d<strong>el</strong> mapa. Tendría que ser<br />

como los hombres, más preocupados por <strong>el</strong> trabajo que por la gente... Sí, debería<br />

poner <strong>el</strong> trabajo en primer lugar y tomar a los hombres a medida que fuesen<br />

apareciendo o encontrar a uno que fuese común, cómodo, y que me solucionara la<br />

cuestión d<strong>el</strong> pan de cada día... Pero no, yo no soy así.»<br />

Por <strong>el</strong> altavoz se anunciaba <strong>el</strong> número de su vu<strong>el</strong>o. Ella cruzó con los demás<br />

pasajeros la pista y subió al avión. Tomó asiento, y junto a <strong>el</strong>la se acomodó una<br />

mujer, lo que le hizo sentirse aliviada, pues no tendría que soportar la compañía de<br />

un hombre. Cinco años antes hubiera experimentado una reacción totalmente<br />

opuesta. El avión rodó por la pista, giró y empezó a tomar v<strong>el</strong>ocidad para <strong>el</strong><br />

despegue. De pronto, <strong>el</strong> aparato vibró, pareció que se encorvaba hacia arriba con <strong>el</strong><br />

esfuerzo de saltar al aire, y luego redujo la v<strong>el</strong>ocidad. Estuvo rugiendo unos<br />

minutos, sin conseguir nada. Algo no funcionaba bien. Los pasajeros, embutidos en<br />

la estrechez de aqu<strong>el</strong> envase de metal vibrante, se miraban disimuladamente las<br />

caras para ver si en las de los demás se reflejaba la alarma que cada uno sentía;<br />

pero comprendieron que sus propias caras no debían ser sino caretas de bien<br />

conservada indiferencia, y volvieron a sus secretos temores, sin dejar de lanzar<br />

miradas a las azafatas, cuyos gestos de naturalidad parecían ya excesivos. El avión<br />

tomó v<strong>el</strong>ocidad otra vez, dio tres saltos hacia ad<strong>el</strong>ante, cobró fuerzas para la<br />

subida, perdió nuevamente v<strong>el</strong>ocidad y se quedó rugiendo. Luego correteó de<br />

regreso a la terminal, y una vez allí los pasajeros fueron invitados a bajar, mientras<br />

los mecánicos «ajustaban un pequeño fallo d<strong>el</strong> motor». Regresaron en trop<strong>el</strong> al<br />

restaurante, donde los empleados, con aparente cortesía, pero con la irritación<br />

saliéndos<strong>el</strong>es por las orejas, anunciaron que iban a servirles una comida. Ella se<br />

sentó sola en un rincón, aburrida y molesta. El grupo de viajeros guardaba silencio,<br />

reflexionando en la suerte que habían tenido al descubrirse a tiempo <strong>el</strong> fallo d<strong>el</strong><br />

motor. Comieron todos, para pasar <strong>el</strong> tiempo; luego pidieron bebidas, sin dejar de<br />

mirar por las ventanas hacia donde los mecánicos se afanaban, bajo intensos focos,<br />

en tomo d<strong>el</strong> avión.<br />

Ella se encontró presa de una sensación que, al examinarla, resultó ser de<br />

soledad. Era como si entre <strong>el</strong>la y los grupos de personas hubiera un espacio lleno<br />

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