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el-cuaderno-dorado_dorislessing

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La cara pálida y sudada de Tommy estaba muy seria. Los ojos le brillaban de<br />

sinceridad... y de algo más. Era como un brillo de satisfacción sarcástica; la estaba<br />

acusando de haberle abandonado, y se mostraba contento de que <strong>el</strong>la le<br />

abandonara. Giró nuevamente la cabeza y miró los <strong>cuaderno</strong>s. «Ahora —pensó<br />

Anna—, ahora ha llegado <strong>el</strong> momento en que debo decir lo que él quiere que diga».<br />

Pero antes de que pudiera pensar sus palabras, él se levantó y se dirigió hacia<br />

donde estaban los <strong>cuaderno</strong>s. Anna se puso tensa y aguardó muy quieta; no podía<br />

soportar que nadie viera los <strong>cuaderno</strong>s, pero presentía que Tommy tenía derecho a<br />

verlos, aunque no hubiera sabido explicar por qué. Él estaba levantado, de<br />

espaldas, mirando los <strong>cuaderno</strong>s. Luego volvió la cabeza y preguntó:<br />

—¿Por qué tienes cuatro <strong>cuaderno</strong>s<br />

—No lo sé.<br />

—Seguro que lo sabes.<br />

—Nunca me he dicho: «Voy a escribir cuatro <strong>cuaderno</strong>s». Es accidental. —<br />

¿Por qué no uno solo<br />

Reflexionó un instante y replicó:<br />

—Quizá porque, si no, sería un desorden muy grande. Un lío.<br />

—¿Y qué tiene de malo que sea un lío<br />

Anna estaba haciendo un esfuerzo para encontrar las palabras justas,<br />

cuando se oyó la voz de Janet que gritaba desde arriba:<br />

—¿Mamá<br />

—¿Qué Creía que dormías.<br />

—Sí que dormía. Tengo sed. ¿Con quién hablas<br />

—Con Tommy. ¿Quieres que le haga subir para que te desee buenas<br />

noches<br />

—Sí. Y quiero agua.<br />

Tommy salió sin decir nada, y le oyó abrir <strong>el</strong> grifo de la cocina y subir<br />

despacio las escaleras. Mientras tanto, <strong>el</strong>la se encontraba en un torb<strong>el</strong>lino muy<br />

violento de sensaciones, como si cada fibra y célula de su cuerpo sufriera una<br />

irritación. La presencia de Tommy en la habitación y la necesidad de pensar en<br />

cómo enfrentarse con él, la habían forzado a conservarse tal como era, más o<br />

menos. Pero ahora no podía reconocerse. Tenía ganas de reír, de llorar, hasta de<br />

gritar; quería hacer daño a lo que fuera, necesitaba coger algo y sacudirlo hasta,<br />

hasta... Este algo era, naturalmente, Tommy. Se dijo que <strong>el</strong> estado mental d<strong>el</strong><br />

chico se le había contagiado, que empezaba a ser dominada por las emociones de<br />

él. Se maravillaba de que lo que en su rostro parecían ser dest<strong>el</strong>los de desprecio y<br />

odio, y en su voz breves momentos de histeria o dureza, fueran los signos externos<br />

de un tumulto interior tan intenso. Y, de repente, se dio cuenta de que tenía las<br />

palmas de la mano y los sobacos fríos y húmedos. Sentía miedo. Todo aqu<strong>el</strong><br />

tumulto de sensaciones contradictorias se reducía a esto: terror. No podía ser que<br />

tuviera miedo físico de Tommy. ¿Cómo le podía tener tanto miedo y, sin embargo,<br />

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