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el-cuaderno-dorado_dorislessing

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Semana de Pascua. Las puertas de la iglesia ortodoxa rusa de Kensington<br />

daban directamente a la calle mid-Twentieth Century. Dentro, sombras<br />

temblorosas, incienso, figuras arrodilladas e inclinadas de la piedad inmemorial. El<br />

su<strong>el</strong>o era vasto y estaba desnudo. Unos pocos sacerdotes absortos en <strong>el</strong> ritual. Los<br />

escasos fi<strong>el</strong>es permanecían de rodillas sobre la madera dura, inclinándose hacia<br />

ad<strong>el</strong>ante hasta tocar él su<strong>el</strong>o con la frente. Escasos, sí; pero reales. Esa era la<br />

realidad, y yo tenía conciencia de <strong>el</strong>la. Después de todo, la mayoría de la<br />

humanidad está inmersa en la r<strong>el</strong>igión, en tanto que los paganos son minoría.<br />

¿Paganos ¡Oh, qué palabra tan acertada para expresar la aridez d<strong>el</strong> hombre<br />

moderno, al que Dios le es ajeno! Me quedé de pie, mientras los demás se<br />

arrodillaban. Yo, terca de mí, sentía que las rodillas se me doblaban debajo la falda;<br />

yo, la única testaruda que permanecía de pie. Los sacerdotes, graves, armoniosos,<br />

masculinos. Un grupito de chicos pálidos y encantadores, graciosamente afectados<br />

por la piedad. Las oleadas atronadoras, plenas y viriles de los cánticos rusos, Mis<br />

rodillas, débiles... De pronto, me encontré de rodillas. ¿Dónde estaba la pequeña<br />

individualidad que normalmente afirmaba sus principios No me importaba. Me<br />

daba cuenta de cosas más profundas. Vi las graves figuras de los sacerdotes que<br />

temblaban, borrosas, a través de las lágrimas de mis ojos. Aqu<strong>el</strong>lo era demasiado.<br />

Me levanté a trompicones y huí de aqu<strong>el</strong> su<strong>el</strong>o que no era <strong>el</strong> mío, de aqu<strong>el</strong>la<br />

solemnidad que no era la mía... ¿Debería considerarme agnóstica, y no atea ¡Hay<br />

algo tan estéril en la palabra ateo cuando pienso (por ejemplo) en <strong>el</strong> majestuoso<br />

fervor de aqu<strong>el</strong>los sacerdotes! ¿Suena mejor agnóstico Llegaba tarde al cóct<strong>el</strong>. No<br />

importaba; la condesa ni siquiera lo notó. Qué triste, pensé, como lo pienso<br />

siempre, ser la condesa Pir<strong>el</strong>li... Una degradación, seguro, después de haber sido la<br />

amante de cuatro hombres famosos. Pero imagino que todos necesitamos de una<br />

careta contra la cru<strong>el</strong>dad d<strong>el</strong> mundo. Las salas estaban abarrotadas, como siempre,<br />

con la crema d<strong>el</strong> Londres literario. Vislumbré en seguida a mi querido Harris. ¡Me<br />

gustan tanto estos ingleses altos, de frente pálida y rasgos equinos! ¡Son tan<br />

notables! Hablamos, tratando de ignorar <strong>el</strong> absurdo murmullo d<strong>el</strong> cóct<strong>el</strong>. Me sugirió<br />

que escribiera una pieza teatral basada en Las fronteras de la guerra. Una pieza<br />

que no tomara partido, sino que acentuara la tragedia esencial de la situación<br />

colonial, la tragedia de los blancos. Sí, claro..., porque ¿qué son la pobreza, <strong>el</strong><br />

hambre, la mala alimentación, <strong>el</strong> no tener casa, las degradaciones pedestres (lo<br />

dijo con esta palabra: ¡qué sensibles, qué imbuidos de la verdadera sensibilidad<br />

están un determinado tipo de ingleses, realmente mucho más intuitivos que las<br />

mujeres!), comparadas con la realidad, la realidad humana d<strong>el</strong> dilema blanco Al<br />

oírle hablar comprendí mejor mi propio libro. Y pensé en cómo, a un solo kilómetro<br />

de distancia, las figuras arrodilladas sobre la piedra fría de la iglesia rusa inclinaban<br />

las cabezas reverenciando una verdad más profunda. ¿Mi verdad ¡Por desgracia,<br />

no! Sin embargo, decidí que en lo sucesivo me calificaría de agnóstica, no de atea,<br />

y que a la mañana siguiente almorzaría con mi querido Harry y hablaríamos de la<br />

pieza. Al irnos, él —sumamente d<strong>el</strong>icado— estrechó mi mano con un apretón<br />

h<strong>el</strong>ado, esencialmente poético. Luego me marché a casa, más cercana a la realidad<br />

—creo— de lo que nunca había estado. Y, en silencio, me acosté en mi limpia y<br />

estrecha cama. ¡Es tan esencial, me parece a mí, tener cada día las sábanas<br />

limpias! ¡Oh, qué placer de los sentidos (que no sensual) deslizarse, después de<br />

haber tomado un baño, entre <strong>el</strong> lino fresco y limpio, y quedar a la espera de que<br />

llegue <strong>el</strong> sueño! ¡Ay, qué condenada suerte la mía...!<br />

Domingo de Pascua<br />

Almorcé con Harry. ¡Qué encantadora era su casa! Había hecho ya un<br />

esbozo de cómo pensaba que debía ser la pieza. Dijo que su amigo íntimo, Sir Fred,<br />

podría hacer <strong>el</strong> pap<strong>el</strong> principal, y entonces, naturalmente, no tendríamos ninguna<br />

de las dificultades habituales para encontrar a un patrocinador. Sugirió un pequeño<br />

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