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el-cuaderno-dorado_dorislessing

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—Me encanta verte, Anna —prorrumpió Marion, después de esperar a que<br />

Anna dijera algo—. ¿Quieres té<br />

—No —repuso Anna, despertando.<br />

Pero era demasiado tarde; Marión ya estaba fuera d<strong>el</strong> cuarto, en la cocinita<br />

contigua. La siguió.<br />

—Es un pisito encantador. Lo adoro. ¡Qué suerte tuviste de poder vivir aquí!<br />

Yo no hubiera sido capaz de dejarlo.<br />

Anna contempló <strong>el</strong> pisito encantador, con su techo bajo, las ventanas bien<br />

proporcionadas y lustrosas. Todo era blanco, claro y nuevo. Cada uno de sus<br />

objetos le hacía sufrir, porque aqu<strong>el</strong>las habitaciones pequeñas y sonrientes habían<br />

sido testigos d<strong>el</strong> amor de <strong>el</strong>la y de Micha<strong>el</strong>, de cuatro años de la infancia de Janet y<br />

de su creciente amistad con Molly. Anna se apoyó contra una pared y miró a<br />

Marion, cuyos ojos estaban empañados de histeria mientras seguía haciendo <strong>el</strong><br />

pap<strong>el</strong> de ágil anfitriona. Detrás de aqu<strong>el</strong>la histeria se ocultaba un terror mortal a<br />

que Anna la hiciera volver a casa, lejos de aqu<strong>el</strong> blanco refugio que la tenía a salvo<br />

de toda responsabilidad.<br />

Anna cortó la corriente; algo dentro de <strong>el</strong>la se apagó o se alejó de lo que<br />

estaba ocurriendo. Se convirtió en una concha. Analizó palabras como amor,<br />

amistad, deber, responsabilidad, y vio que todas eran mentira. Sintió cómo se<br />

encogía de hombros. Y Marion, al comprender su gesto, adoptó una expresión de<br />

terror y protesta para exclamar:<br />

—¡Anna!<br />

Era una súplica.<br />

Anna miró a Marion frente a frente, con una sonrisa que a <strong>el</strong>la le constaba<br />

era forzada, y pensó: «Bueno, no importa en absoluto». Luego regresó al otro<br />

cuarto, y se sentó, como vacía.<br />

Marión no tardó a aparecer con la bandeja d<strong>el</strong> té. Tenía un aire culpable y de<br />

desafío, debido a que esperaba enfrentarse con Anna. Empezó con un gran jaleo de<br />

cucharillas y tazas, para descorazonar a la Anna que no estaba allí; después<br />

suspiró, apartó a un lado la bandeja d<strong>el</strong> té, y dulcificó la expresión de su rostro.<br />

—Ya sé que Richard y Molly te han dicho que vinieras a hablarme.<br />

Anna guardó silencio. Le parecía que iba a guardar silencio para siempre<br />

jamás. Pero, súbitamente, se dio cuenta de que iba a empezar a hablar. Pensó: «<br />

¿Qué voy a decir ¿Y quién será la persona que lo diga ¡Qué raro estar aquí,<br />

esperando a ver lo que una va a decir!». Habló, casi en sueños:<br />

—Marión, ¿te acuerdas d<strong>el</strong> señor Mathlong<br />

(Pensó: «Voy a hablar de Tom Mathlong. ¡Vaya, qué raro!».)<br />

—¿Quién es <strong>el</strong> señor Mathlong<br />

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