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el-cuaderno-dorado_dorislessing

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mirar a ningún otro hombre, ni siquiera por distracción, debido a sus c<strong>el</strong>os; con él<br />

había sido como la mujer de los países latinos, protegida entre cuatro paredes. Pero<br />

se había imaginado que lo hacía sólo como un gesto exterior, para ahorrarle <strong>el</strong><br />

sufrimiento que él se infligía a sí mismo. Ahora, en cambio, se daba perfecta cuenta<br />

de que había cambiado de carácter.<br />

Se quedó un rato junto a la ventana, indiferente, observando la ciudad que<br />

oscurecía en <strong>el</strong> umbral de su esplendor, y se dijo que debía forzarse a caminar por<br />

las calles y hablar con la gente; debía dejar que alguien la sedujera y flirtear un<br />

poco. Pero comprendió que era incapaz de bajar la escalera d<strong>el</strong> hot<strong>el</strong>, dejar la llave<br />

en la recepción y salir a la calle. Le parecía como si acabara de salir de la cárc<strong>el</strong>,<br />

tras cuatro años de encierro solitario, y le dijeran que se comportara con<br />

normalidad. Se acostó. No podía dormir; le resultaba imposible. Para dormirse se<br />

puso a pensar en Paul, como siempre. Desde su marcha no había conseguido<br />

experimentar un orgasmo vaginal; era capaz de lograr la aguda intensidad d<strong>el</strong><br />

orgasmo exterior, con su mano transformada en la de Paul y lamentando, mientras<br />

lo hacía, la pérdida de su auténtica personalidad. Se durmió, demasiado excitada,<br />

nerviosa, exhausta y decepcionada. Era consciente de que, utilizando a Paul de<br />

aqu<strong>el</strong>la manera, se aproximaba a su personalidad «negativa», al hombre rec<strong>el</strong>oso<br />

de sí mismo, mientras que <strong>el</strong> hombre auténtico se le escapaba cada vez más lejos.<br />

Ya casi no podía recordar <strong>el</strong> azul de sus ojos, <strong>el</strong> tono jocoso de su voz. Era como<br />

dormir junto al fantasma de una derrota. Y cuando <strong>el</strong>la, como de costumbre, abría<br />

los brazos para que él reclinara la cabeza sobre su pecho, <strong>el</strong> fantasma tenía una<br />

sonrisita de rencor y cinismo. En cambio, cuando soñaba con él, dormida, le<br />

reconocía en las distintas actitudes que adoptaba, pues era la figura de una virilidad<br />

reposada, cariñosa. Al Paul que amó le conservaba en sus sueños; despierta, sólo<br />

recordaba de él las diversas formas de sufrimiento.<br />

La mañana siguiente durmió hasta demasiado tarde, como le ocurría<br />

siempre que no estaba con su hijo. Se despertó pensando que Micha<strong>el</strong> debía de<br />

hacer horas que estaba levantado y vestido y que habría desayunado con Julia;<br />

pronto almorzaría en la escu<strong>el</strong>a. Luego se dijo que no había ido a París para seguir<br />

mentalmente las etapas d<strong>el</strong> día de su hijo. Recordó que afuera la esperaba París,<br />

bajo un sol alegre, y que ya era hora de arreglarse para ir a ver al redactor jefe con<br />

quien tenía una cita.<br />

Las oficinas de Femme et Foyer estaban al otro lado d<strong>el</strong> río y en <strong>el</strong> corazón<br />

de un antiguo edificio, en cuya entrada, formada por un noble arco esculpido,<br />

antaño se habían aglomerado los coches de caballos y los p<strong>el</strong>otones de las guardias<br />

personales. Femme et Foyer ocupaba una docena de habitaciones sobriamente<br />

modernas y lujosas, con viejas paredes de sillería que aún olían a iglesia y a<br />

feudalismo. Ella, cuya visita esperaban, fue conducida al despacho de Monsieur<br />

Brun, un joven alto y fuerte como un buey, que la recibió con un exceso de buenos<br />

modales incapaces de disimular la falta de interés que sentía hacia Ella y hacia la<br />

transacción propuesta. Iban a salir para tomar <strong>el</strong> aperitivo. Robert Brun anunció a<br />

media docena de secretarias muy bonitas que, puesto que almorzaba con su<br />

prometida, no estaría de vu<strong>el</strong>ta hasta las tres, por lo que recibió una docena de<br />

sonrisas de f<strong>el</strong>icitación y simpatía. Ella y Robert Brun cruzaron <strong>el</strong> venerable patio<br />

interior, salieron por <strong>el</strong> antiguo portal y se dirigieron al café, mientras Ella le<br />

preguntaba cortésmente por los planes de su boda. Fue informada, en un inglés<br />

fluido y correcto, de que la prometida era sensacionalmente guapa, int<strong>el</strong>igente y<br />

talentosa. Iban a casarse al mes siguiente, y ahora estaban ocupados en la<br />

preparación d<strong>el</strong> apartamento. Elise (pronunciaba su nombre con un sentido de la<br />

propiedad sólidamente establecido, con solemne seriedad) estaría en aqu<strong>el</strong><br />

momento haciendo gestiones para conseguir una alfombra que ambos codiciaban y<br />

que Ella tendría <strong>el</strong> privilegio de poder ver con sus propios ojos. Ella se apresuró a<br />

asegurarle que estaba encantada con la idea, y volvió a f<strong>el</strong>icitarle. Habían llegado al<br />

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