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el-cuaderno-dorado_dorislessing

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Además, si no voy con cuidado, Molly y yo vamos a rebajarnos a una especie de<br />

soltería mancomunada, nos vamos a pasar la vida recordando a tal o cual hombre,<br />

cuyo nombre ya habremos olvidado, que dijo aqu<strong>el</strong>lo tan desconsiderado allá por<br />

1947...»<br />

—Va, suéltalo —dijo Molly de pronto, con mucho ánimo a Anna, quien hacía<br />

rato que no hablaba.<br />

—¡Ah, sí! Supongo que no quieres saber nada de los camaradas, ¿verdad<br />

—En Francia y en Italia los int<strong>el</strong>ectuales hablan día y noche sobre <strong>el</strong><br />

Vigésimo Congreso y Hungría, sobre las perspectivas, las lecciones y los errores<br />

que se desprenden de <strong>el</strong>lo.<br />

—En tal caso, como aquí es igual, aunque gracias a Dios la gente empieza<br />

ya a estar harta de <strong>el</strong>lo, lo dejo pasar.<br />

—Bien.<br />

—Pero voy a mencionar a tres de los camaradas... Sólo de pasada —se<br />

apresuró a añadir Anna al ver la mueca de Molly—. Tres hermosos hijos de la clase<br />

obrera y dirigentes sindicales.<br />

—¿Quiénes son<br />

—Tom Winters, Len Colhoun y Bob Fowler.<br />

—Sí, ya los conozco —puntualizó Molly. Siempre conocía o había conocido a<br />

todo <strong>el</strong> mundo—. ¿Y bien<br />

—Inmediatamente antes d<strong>el</strong> Congreso, cuando había mucha inquietud en<br />

nuestro medio, con intrigas, lo de Yugoslavia y demás, tuve ocasión de<br />

frecuentarlos, en r<strong>el</strong>ación con lo que <strong>el</strong>los llamaban rutinariamente asuntos<br />

culturales. Con condescendencia... En aqu<strong>el</strong>los días, yo y otros como yo dedicamos<br />

muchas horas a luchar dentro d<strong>el</strong> Partido... |Qué ingenuos éramos, intentando<br />

convencer a la gente de que más valía reconocer que las cosas iban mal en Rusia<br />

que negarlo! En fin. Un buen día recibí cartas de los tres, por separado,<br />

naturalmente, pues ninguno de <strong>el</strong>los sabía que los otros habían escrito. Eran cartas<br />

muy firmes. Cualquier rumor acerca de que algo no marchaba como era debido en<br />

Moscú, de que no había marchado o de que <strong>el</strong> Padre Stalin había dado algún mal<br />

paso, procedía de los enemigos de la clase obrera.<br />

Molly rió, aunque sólo por cortesía; aqu<strong>el</strong>la cuerda la habían pulsado ya<br />

demasiadas veces.<br />

—No, pero eso no es lo que importa. Lo importante es que las tres cartas<br />

eran intercambiables... Exceptuando la letra, claro.<br />

—Ya es mucho exceptuar.<br />

—Como diversión, pasé a máquina las tres cartas, que eran muy largas, por<br />

cierto, y las puse una junto a la otra. En las frases, estilo, tono, eran idénticas.<br />

Resultaba imposible afirmar ésta la escribió Tom o ésta es de Len.<br />

Molly dijo, con resentimiento:<br />

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