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el-cuaderno-dorado_dorislessing

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—Pero tú te divertías —le contestaba Anna, riendo.<br />

Anna, en cambio, era pequeña, d<strong>el</strong>gada, morena, vivaracha, con unos ojos<br />

grandes y negros, muy abiertos, y un p<strong>el</strong>o lanoso. En conjunto, estaba satisfecha<br />

de su tipo, pero era siempre <strong>el</strong> mismo. Envidiaba la capacidad de Molly para reflejar<br />

sus cambios de humor. Anna se vestía con nitidez y d<strong>el</strong>icadeza, lo que tendía a<br />

darle un aire peripuesto, o tal vez un poco estrafalario; confiaba en <strong>el</strong> efecto de sus<br />

manos, blancas y d<strong>el</strong>icadas, y en la cara, pequeña y puntiaguda. Pero era tímida,<br />

incapaz de imponerse, y estaba convencida de que la pasaban fácilmente por alto.<br />

Cuando las dos mujeres salían juntas, Anna se eclipsaba d<strong>el</strong>iberadamente y<br />

contribuía a que <strong>el</strong> dramatismo de Molly se luciera. Cuando estaban solas, <strong>el</strong>la solía<br />

dominar. Sin embargo, esto no respondía de ningún modo a lo que había sucedido<br />

al comienzo de la amistad entre las dos. Molly, brusca, directa, sin tacto, había<br />

dominado francamente a Anna. Poco a poco, y a <strong>el</strong>lo habían contribuido los buenos<br />

oficios de Madre Azúcar, Anna había aprendido a ser dueña de sí misma. Pero a<br />

veces hubiera debido contradecir a Molly y no lo hacía. Ella misma reconocía que<br />

era cobarde; prefería siempre ceder antes de provocar p<strong>el</strong>eas y escenas. Una p<strong>el</strong>ea<br />

deprimía a Anna durante días, mientras que a Molly le sentaban estupendamente.<br />

Rompía a llorar a gritos, decía cosas imperdonables, y al cabo de medio día se<br />

olvidaba de todo. Mientras tanto, Anna, exhausta se quedaba en <strong>el</strong> piso,<br />

reponiéndose.<br />

Que las dos carecían de «seguridad» y de «raíces», palabras de la época de<br />

Madre Azúcar, era algo que ambas reconocían con franqueza. Pero Anna,<br />

recientemente, había aprendido a usar estas palabras de un modo distinto, no<br />

como algo de lo que una debiera disculparse, sino como banderas o pancartas de<br />

una actitud que implicaba un sistema filosófico diferente. Había disfrutado<br />

imaginándose que le decía a Molly:<br />

—Nuestra actitud ante las cosas ha sido equivocada, y es por culpa de<br />

Madre Azúcar. ¿Qué son esta seguridad y este equilibrio qué se suponen tan<br />

deseables ¿Qué hay de malo en vivir emocionalmente de manos a boca en un<br />

mundo que está cambiando con tanta rapidez<br />

Sin embargo, en aqu<strong>el</strong> momento, junto a Molly, Anna decía, como tantas<br />

otras veces antes:<br />

—¿Por qué siento esta necesidad tan horrible de forzar a los otros a que<br />

vean las cosas como yo Es infantil; ¿por qué habrían de hacerlo En <strong>el</strong> fondo, me<br />

da miedo encontrarme sola con mis sentimientos.<br />

La habitación en que estaban se encontraba en <strong>el</strong> primer piso, daba a una<br />

calle estrecha de poco tránsito, con las ventanas de las casas llenas de tiestos de<br />

flores y los postigos pintados de colores. En la acera había tres gatos tumbados al<br />

sol, un pequinés y <strong>el</strong> carretón d<strong>el</strong> lechero, que pasaba tarde porque era domingo. El<br />

lechero llevaba las mangas de su blanca camisa arremangadas; su hijo, un chico de<br />

dieciséis años, iba sacando r<strong>el</strong>ucientes bot<strong>el</strong>las de una cesta de alambre para<br />

colocarlas frente a cada puerta. Al llegar a la ventana de las mujeres, <strong>el</strong> hombre<br />

alzó la cabeza y saludó. Molly dijo:<br />

—Ayer entró a tomar café. Hinchado de triunfo. Su hijo ha sacado una beca<br />

y <strong>el</strong> señor Gates quería que me enterara. Le dije en seguida, antes de que siguiera:<br />

«Mi hijo ha tenido todas estas ventajas, toda esta educación y mír<strong>el</strong>o, papando<br />

moscas. En cambio, <strong>el</strong> suyo no les ha costado ni un penique y ha conseguido una<br />

beca». «Así es —contestó él—, así son las cosas.» Entonces pensé: « ¡Que me<br />

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