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el-cuaderno-dorado_dorislessing

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«<strong>el</strong>la no era nadie para un señor como él, pues aqu<strong>el</strong>lo sucedía tan sólo porque su<br />

esposa no le servía».<br />

—¿No lo encuentras encantador, Anna ¡Esa expresión de que la esposa «no<br />

le servía»! Hay que reconocer que no es nuestro lenguaje, que no es <strong>el</strong> lenguaje de<br />

nuestra clase.<br />

—Eso lo dirás por ti.<br />

Ladeó la cabeza, y añadió:<br />

—No. Lo que ocurre es que me gustó aqu<strong>el</strong>lo, <strong>el</strong> calor que contenía. Y<br />

entonces yo también le hice <strong>el</strong> amor. En <strong>el</strong> su<strong>el</strong>o de la cocina, sobre una especie de<br />

alfombrita hecha en casa que tienen allí, como <strong>el</strong> mismo B. Quise hacerlo porque B.<br />

lo había hecho. No sé por qué. Y, claro, para mí no tuvo ninguna importancia.<br />

Después regresó la esposa de B. Volvió para arreglar las cosas d<strong>el</strong> hogar y<br />

se encontró con que De Silva estaba allí. Le agradó verle porque era amigo de su<br />

marido y «trataba de complacer al marido fuera de la cama, porque en la cama él<br />

no le interesaba». De Silva pasó aqu<strong>el</strong>la v<strong>el</strong>ada tratando de descubrir si <strong>el</strong>la sabía<br />

que su marido bacía <strong>el</strong> amor con la mujer de la limpieza.<br />

—Descubrí que <strong>el</strong>la no lo sabía, y le dije: «Naturalmente, <strong>el</strong> asunto de tu<br />

marido con la mujer de la limpieza no significa nada; supongo que a ti no debe de<br />

importarte lo más mínimo». Pareció estallar, pues se puso frenética de c<strong>el</strong>os.<br />

¿Acaso lo comprendes tú, Anna No hacía más que decir: «Ha estado acostándose<br />

con esa mujer todas las mañanas en <strong>el</strong> su<strong>el</strong>o de la cocina». En realidad,<br />

completaba la frase así: «Ha estado acostándose con <strong>el</strong>la en <strong>el</strong> su<strong>el</strong>o de la cocina,<br />

mientras yo leía arriba».<br />

De Silva hizo todo lo posible, según él, para apaciguar a la esposa de B. Más<br />

tarde, regresó <strong>el</strong> propio B.<br />

—Le conté lo que había hecho y supo comprenderlo. Su esposa dijo que iba<br />

a abandonarle. Creo que, en efecto, va a dejarle. Y todo porque él se había<br />

acostado con la mujer de la limpieza «en <strong>el</strong> su<strong>el</strong>o de la cocina».<br />

Por mi parte, le pregunté:<br />

—¿Por qué lo hiciste<br />

(Mientras le escuchaba, sentí un frío extraordinario, un terror inerme. Mi<br />

actitud era pasiva por una especie de inconfesable terror.)<br />

—¿Por qué ¿Por qué me lo preguntas ¿Qué importa Quería saber lo que<br />

iba a ocurrir, eso es todo.<br />

Al hablar sonrió con una sonrisa evocadora, bastante taimada, divertida e<br />

interesada. Reconocí esa sonrisa: era la esencia de mi sueño, la sonrisa de la figura<br />

de mi sueño. Tuve ganas de escapar corriendo de la habitación. Y, no obstante,<br />

pensaba: esa cualidad, esa cosa tan int<strong>el</strong>ectual de que «deseaba ver lo que<br />

pasaría», ese «querer saber lo que va a pasar» es algo que flota en <strong>el</strong> ambiente y<br />

que está en muchas personas conocidas, incluso en mí. Forma parte de lo que<br />

somos. Es la otra cara de ese «no tenía importancia» o «a mí no me importaba<br />

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