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el-cuaderno-dorado_dorislessing

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—Sí, sí, pero no estoy aún lo bastante maduro, ¿recuerdas<br />

—Tal vez lo mejor sería que regresaras a América.<br />

—¿Por qué no El amor es lo mismo en todo <strong>el</strong> mundo...<br />

Me reí y fui adonde estaba <strong>el</strong> bonito <strong>cuaderno</strong> nuevo, mientras que él se iba<br />

abajo, y escribí: «En Arg<strong>el</strong>ia, en la árida ladera de una loma, un soldado observaba<br />

la luz de la luna brillar en su fusil».<br />

[Aquí terminaba la letra de Anna. El <strong>cuaderno</strong> <strong>dorado</strong> seguía con la letra de<br />

Saul Green. Se trataba de una nov<strong>el</strong>a corta sobre un soldado arg<strong>el</strong>ino. El soldado<br />

era un campesino consciente de que lo que sentía acerca de la vida no era lo que se<br />

esperaba que sintiera. Se esperaba ¿por quién Por un <strong>el</strong>los invisible, que podría<br />

ser Dios o <strong>el</strong> Estado o la Ley o <strong>el</strong> Orden. Le capturan, los franceses lo torturan, se<br />

escapa, se une al FLN y se encuentra con que tiene que torturar él, bajo órdenes, a<br />

prisioneros franceses. Se da cuenta de que, en <strong>el</strong> fondo, tenía que sentir sobre <strong>el</strong>lo<br />

algo que no sentía. Una noche, ya tarde, discute su estado de espíritu con uno de<br />

los prisioneros franceses a quien él había torturado. El prisionero francés resulta ser<br />

un joven int<strong>el</strong>ectual, estudiante de filosofía. Este joven (los dos hombres hablan<br />

secretamente en la c<strong>el</strong>da d<strong>el</strong> prisionero) se queja de que está en una cárc<strong>el</strong><br />

int<strong>el</strong>ectual. Reconoce lo que reconocía desde hacía años: que nunca había logrado<br />

pensar nada o sentir nada que no fuera encasillado al instante, ya fuese en una<br />

casilla llamada «Marx» o en otra con <strong>el</strong> nombre de «Freud». Se queja de que sus<br />

pensamientos y emociones sean como fichas que caen en ranuras ya<br />

predestinadas. El joven soldado arg<strong>el</strong>ino lo encuentra interesante. A él no le ocurre<br />

lo mismo, dice. Lo que le preocupa a él (aunque la verdad era que no le<br />

preocupaba y que él creía que debiera preocuparle) es que nada de lo que piensa o<br />

siente es lo que se espera de él. El soldado arg<strong>el</strong>ino dice que envidia al francés o,<br />

más bien, siente que debiera envidiarle. Mientras que <strong>el</strong> estudiante francés dice que<br />

envidia muy profundamente al arg<strong>el</strong>ino: desea, por lo menos una vez en la vida,<br />

sentir o pensar algo propio, espontáneo, no dirigido, no impuesto por los abu<strong>el</strong>os<br />

Freud y Marx. Las voces de los dos jóvenes se alzan más de lo prudente, sobre todo<br />

la d<strong>el</strong> estudiante francés, que se pone a gritar contra su situación. Entra <strong>el</strong><br />

comandante y encuentra al arg<strong>el</strong>ino hablando, como un hermano, con <strong>el</strong> prisionero<br />

que debía estar vigilando. El soldado arg<strong>el</strong>ino dice: «Señor, he hecho lo que me han<br />

ordenado; he torturado a este hombre. Pero usted no me dijo que no hablara con<br />

él». El comandante decide que su hombre debe de ser un espía, reclutado<br />

probablemente mientras fue prisionero. Ordena que le fusilen. El soldado arg<strong>el</strong>ino y<br />

<strong>el</strong> estudiante francés son ejecutados juntos, en la colina y frente al sol que se<br />

levanta, a la mañana siguiente.]<br />

[Esta nov<strong>el</strong>a corta se publicó y tuvo bastante éxito.]<br />

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