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el-cuaderno-dorado_dorislessing

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ojos y tomara un vaso vacío para llenarlo; vi al señor Lattimer, bebiendo en <strong>el</strong> bar,<br />

cuidando de no mirar al señor Boothby, mientras escuchaba la risa de su p<strong>el</strong>irroja y<br />

b<strong>el</strong>la esposa. Le vi, una y otra vez, inclinándose, tambaleándose muy borracho,<br />

para acariciar <strong>el</strong> cab<strong>el</strong>lo rojo y sedoso; acariciándolo, acariciándolo.<br />

—¿Te has quedado —me preguntaba <strong>el</strong> proyeccionista y pasaba otra<br />

escena.<br />

Vi a Paul Tanner regresando a casa por la mañana temprano, activo y<br />

eficiente, lleno de mala conciencia; le vi mirar a los ojos de su mujer, quien estaba<br />

de pie d<strong>el</strong>ante suyo, con un d<strong>el</strong>antal de flores, bastante azorada y suplicante,<br />

mientras que los niños tomaban <strong>el</strong> desayuno antes de ir a la escu<strong>el</strong>a. Luego él se<br />

volvió frunciendo <strong>el</strong> ceño, y se fue arriba a coger una camisa limpia d<strong>el</strong> armario.<br />

—¿Te has quedado —me dijo <strong>el</strong> proyeccionista.<br />

Luego la p<strong>el</strong>ícula pasó muy aprisa, se encendía rápidamente, como un<br />

sueño, con caras que había visto una vez en la calle, y que había olvidado, con <strong>el</strong><br />

movimiento lento de un brazo, con <strong>el</strong> movimiento de un par de ojos; todo decía lo<br />

mismo: la p<strong>el</strong>ícula iba entonces más lejos que mi experiencia, que la de Ella, que la<br />

de los <strong>cuaderno</strong>s, porque se había producido una fusión y en lugar de ver<br />

separadamente las escenas, la gente, las caras, los movimientos, las miradas,<br />

aparecía todo junto; la p<strong>el</strong>ícula volvió a ir inmensamente despacio, se convirtió en<br />

una serie de momentos en que la mano de un campesino se doblaba para echar la<br />

semilla a la tierra, o en que una roca brillaba mientras que <strong>el</strong> agua la iba<br />

erosionando lentamente, o en que un hombre estaba de pie sobre una colina seca<br />

bajo la luz de la luna, con <strong>el</strong> fusil a punto en <strong>el</strong> brazo, o en que una mujer estaba<br />

en la cama sin dormir, a oscuras, diciendo: «No, no quiero matarme; no lo haré, no<br />

lo haré».<br />

Como <strong>el</strong> proyeccionista ya no decía nada, le grité: «Basta ya». Pero él no<br />

contestó. Entonces yo avancé la mano para apagar la máquina. Todavía dormida,<br />

leí las palabras de una página que yo había escrito. El tema era <strong>el</strong> valor, pero no <strong>el</strong><br />

tipo de valor que yo comprendía normalmente. Es un valor de tipo pequeño y<br />

doloroso que está en las raíces de toda vida, porque la injusticia y la cru<strong>el</strong>dad están<br />

en las raíces de la vida. Y la razón por la que yo sólo había prestado atención a lo<br />

heroico y a lo b<strong>el</strong>lo o lo int<strong>el</strong>igente, es porque me cuesta aceptar la injusticia y la<br />

cru<strong>el</strong>dad, y por eso no puedo aceptar <strong>el</strong> pequeño sacrificio, que es lo más grande<br />

de todo.<br />

Leí estas palabras que había escrito yo y a las que yo misma me oponía. Se<br />

las enseñé a Madre Azúcar, y le dije:<br />

—Estamos de nuevo con la brizna de hierba que sacará la cabeza por entre<br />

los trozos de acero oxidado, mil años después de la explosión de la bomba y de que<br />

la corteza de la Tierra se haya derretido, porque la fuerza de la voluntad de una<br />

hierba es igual a la d<strong>el</strong> pequeño y doloroso sacrificio. ¿No es así<br />

(Yo sonreía con sorna en <strong>el</strong> sueño, sin querer caer en la trampa.)<br />

—¿Y qué<br />

—La cuestión es que no creo que esté dispuesta a hacer demasiado caso a<br />

esa condenada hierba, ni siquiera en estos momentos.<br />

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