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el-cuaderno-dorado_dorislessing

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—Has estado aquí toda una semana sin que yo te lo pidiera porque lo<br />

deseabas, pero ahora has cambiado de humor. ¿Por qué debería cambiar yo<br />

también de humor<br />

—Una semana es mucho tiempo —repuso con caut<strong>el</strong>a.<br />

Por la manera como lo ha dicho me he dado cuenta de que, hasta que no<br />

hube pronunciado las palabras «una semana», era como si no hubiera sabido<br />

cuántos días habían pasado. Sentía curiosidad por saber cuánto tiempo creía él que<br />

había transcurrido, pero me daba miedo preguntárs<strong>el</strong>o. Estaba de pie, frunciendo <strong>el</strong><br />

ceño y mirándome de reojo. Se tocaba los dedos como si fueran un instrumento de<br />

música. Al cabo de una pausa y con la cara torcida en un gesto astuto dijo:<br />

—Pero si fue anteayer cuando vi la p<strong>el</strong>ícula.<br />

Sabía lo que estaba haciendo: pretendía que la semana eran dos días, en<br />

parte para ver si yo estaba segura de que había pasado una semana, y en parte<br />

porque odiaba la idea de haberle concedido toda una semana a una mujer. La<br />

habitación se estaba poniendo oscura y me miraba de cerca para verme la cara. La<br />

luz d<strong>el</strong> ci<strong>el</strong>o hacía que le brillaran los ojos grises, así como también su cabeza<br />

cuadrada y rubia. Parecía un animal amenazador y al acecho.<br />

—La p<strong>el</strong>ícula la viste hace una semana —afirmé.<br />

—Si lo dices tú, tendré que creerlo. —Acto seguido, saltó encima de mí,<br />

agarrándome por los hombros y sacudiéndome—: Te odio porque eres normal, te<br />

odio por <strong>el</strong>lo. Eres un ser normal. ¿Qué derecho tienes a serlo De pronto, he<br />

comprendido que te acuerdas de todo; probablemente te acuerdas de todo lo que<br />

he dicho. Te acuerdas de todo lo que te ha sucedido; ¡es intolerable!<br />

Me hundió los dedos en los hombros y la cara se le encendió de odio.<br />

—Sí, me acuerdo de todo —le confirmé.<br />

Pero no en tono triunfal. Era consciente de que me veía como una mujer<br />

que, inexplicablemente, tenía <strong>el</strong> control de los acontecimientos, porque podía<br />

recordar y ver una sonrisa, un movimiento, unos gestos; oía palabras y<br />

explicaciones: yo era una mujer dentro d<strong>el</strong> tiempo. Me desagradaba la solemnidad,<br />

la vacuidad de aqu<strong>el</strong>la guardiana de la verdad.<br />

—Es como estar prisionero, vivir con una persona que sabe lo que dijiste la<br />

semana pasada o que puede decir «hace tres días hiciste tal y tal cosa».<br />

Cuando hubo dicho esto, me sentí tan prisionera como él, porque deseaba<br />

liberarme de mi memoria ordenadora y textualista. Sentí desvanecerse la certeza<br />

de mi identidad. Se me encogió <strong>el</strong> estómago y me empezó a doler la espalda.<br />

—Ven aquí —invitó, alejándose y señalando la cama.<br />

Yo le seguí obedientemente. No podía rehusar. Con los dientes apretados<br />

decía: «Hala, hala» o, más bien «la, la», como masticando las palabras. Me he<br />

dado cuenta de que había retrocedido unos años, probablemente a sus veinte años.<br />

Entonces me he negado, porque no quería a aqu<strong>el</strong> violento cachorro. La cara se le<br />

ha encendido con una cru<strong>el</strong>dad sonriente y burlona:<br />

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