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el-cuaderno-dorado_dorislessing

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su forma a Anna: hoy me he levantado a las siete, he hecho <strong>el</strong> desayuno para<br />

Janet, la he mandado al colegio, etc., etc., y adquiría la impresión de haber evitado<br />

que <strong>el</strong> día en cuestión cayera en <strong>el</strong> caos. Ahora, sin embargo, cuando leo estas<br />

anotaciones, no siento nada. Cada vez experimento más vértigo ante <strong>el</strong> hecho de<br />

que las palabras no signifiquen nada, porque la realidad es que las palabras no<br />

significan nada, pues se han convertido, cuando lo pienso, no en la forma dentro de<br />

la que se moldea la experiencia, sino en una serie de sonidos desprovistos de<br />

sentido (como <strong>el</strong> habla de los niños) y al margen de la experiencia. O como la<br />

banda sonora de un filme que haya resbalado y perdido la conexión con la p<strong>el</strong>ícula.<br />

Cuando pienso, basta que haya escrito una frase como «fui calle abajo» o que haya<br />

tomado una frase de un periódico como «medidas económicas que consiguieron <strong>el</strong><br />

pleno rendimiento de...», para que de inmediato las palabras se disu<strong>el</strong>van y la<br />

mente comience a generar imágenes que no tienen nada que ver con las palabras,<br />

de modo que cada palabra que veo u oigo es como una pequeña balsa flotando<br />

sobre un enorme mar de imágenes. Por esto ya no puedo escribir, a no ser que lo<br />

haga de prisa, sin volverme a mirar lo que he escrito, porque si lo miro, las<br />

palabras se ponen a nadar y no tienen ningún sentido, y tan sólo consigo ser<br />

consciente de mí, Anna, como un pulso dentro de una gran oscuridad. Así, pues, las<br />

palabras que yo, Anna, escribo sobre <strong>el</strong> pap<strong>el</strong>, no son nada o son como las<br />

secreciones de la oruga, que salen en forma de filamento y se endurecen al<br />

contacto con <strong>el</strong> aire.<br />

Se me acaba de ocurrir que lo que me está sucediendo a mí, Anna, es un<br />

desmoronamiento de mi persona, y que ésta es la manera de darme cuenta, ya que<br />

las palabras son la forma, y si me encuentro en un pozo donde <strong>el</strong> molde, la forma o<br />

la expresión no son nada, entonces es que yo tampoco soy nada, pues veo<br />

claramente, al leer los <strong>cuaderno</strong>s, que sigo siendo Anna gracias a un determinado<br />

tipo de int<strong>el</strong>igencia/Pero he aquí que esta int<strong>el</strong>igencia se está disolviendo y que yo<br />

me siento aterrorizada.<br />

Ayer por la noche se repitió aqu<strong>el</strong> sueño que, como le dije a Madre Azúcar,<br />

era <strong>el</strong> más terrorífico de todos los sueños cíclicos que he tenido. Cuando <strong>el</strong>la me<br />

pidió que «lo etiquetara» (que le diera forma), yo dije que era una pesadilla sobre<br />

la destrucción. Más tarde, cuando volvió <strong>el</strong> sueño, <strong>el</strong>la me pidió que le diera un<br />

nombre, y yo fui capaz de ir más allá, pues dije que era una pesadilla sobre <strong>el</strong><br />

principio de la mala voluntad, de la malicia: <strong>el</strong> gozo de la mala voluntad.<br />

La primera vez que soñé, <strong>el</strong> principio o la figura tomó forma y se concretó<br />

en un vaso que tenía yo entonces, un vaso de madera <strong>el</strong>aborado por campesinos<br />

rusos, que alguien me había traído. Tenía una forma bulbosa. Era bastante<br />

divertido e ingenuo, y estaba cubierto de dibujos coloreados en rojo, negro y<br />

<strong>dorado</strong>, bastante crudos. Este vaso, en mi sueño, tenía una personalidad, y la<br />

personalidad era la pesadilla, pues representaba algo anárquico e incontrolado, algo<br />

de carácter destructivo. Esta figura u objeto, pues no era humano, parecía más<br />

bien un tipo de duende o hada que bailaba y saltaba con una extrema vivacidad,<br />

amenazándome no sólo a mí, sino a todo lo que estaba vivo, aunque de un modo<br />

impersonal y sin causa aparente. Fue entonces cuando a este sueño lo «llamé» un<br />

sueño sobre la destrucción. La siguiente vez que lo soñé, unos meses más tarde, lo<br />

reconocí en seguida. El principio o figura tomó forma de anciano, casi como un<br />

enano, infinitamente más terrorífico que <strong>el</strong> vaso-objeto, porque en parte era<br />

humano. El anciano sonreía y se burlaba. Era feo, lleno de vida y de fuerza, y de<br />

nuevo representaba la mala voluntad: era <strong>el</strong> gozo de la malicia, <strong>el</strong> gozo d<strong>el</strong> impulso<br />

destructor. Así fue como «etiqueté» <strong>el</strong> sueño con <strong>el</strong> concepto d<strong>el</strong> gozo en la malicia.<br />

Después, volví a soñar lo mismo siempre que me encontraba en un estado de<br />

cansancio especial, en dificultades o con algún conflicto, cuando sentía que las<br />

paredes de mi persona eran d<strong>el</strong>gadas y corrían p<strong>el</strong>igro de derrumbarse. El <strong>el</strong>emento<br />

adquirió toda una serie de variadas formas, aunque la más usual era la d<strong>el</strong> anciano<br />

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