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el-cuaderno-dorado_dorislessing

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Con furia hizo un esfuerzo para desasirse de él, metió la llave en la<br />

cerradura, le dio la vu<strong>el</strong>ta y dijo:<br />

—Hace mucho tiempo que no me he acostado con nadie. Desde un asunto<br />

que tuve y que duró una semana, hace dos años. Fue una aventura maravillosa...<br />

Vio cómo parpadeaba y disfrutó al poder hacerle daño tanto como de<br />

mentirle, pues no había sido una aventura maravillosa. Sin embargo, acto seguido<br />

le confesó la verdad, acusándole con todas las fibras de su cuerpo:<br />

—Era un americano. Nunca me hizo sentir incómoda, ni una sola vez. No<br />

servía de nada en la cama... Se dice así, ¿no Pero no me despreciaba.<br />

—¿Por qué me cuentas eso<br />

—¡Eres tan estúpido! —exclamó Ella, con voz alegre y sarcástica Y sintió que<br />

la embargaba una alegría dura y amarga, que los destruía a los dos—. Mencionas a<br />

mi marido. ¿Qué tiene que ver él aquí Por lo que a mí respecta, es como si nunca<br />

me hubiese acostado con él... —Paul rió, con incredulidad y amargura, pero <strong>el</strong>la<br />

continuó—: Detestaba dormir con él. No cuenta para nada. Y tú me preguntas<br />

cuánto tiempo hace que no me acuesto con un hombre. Está claro, ¿no Eres<br />

psiquiatra, según dices... Un curandero de almas. Pero no entiendes las cosas más<br />

sencillas acerca de las personas.<br />

Dicho esto, se metió en la casa de Julia, cerró la puerta, apoyó la cara<br />

contra la pared y se echó a llorar. Se notaba que la casa estaba todavía desierta.<br />

Sonó <strong>el</strong> timbre, casi en su oreja: era Paul, que trataba de hacerle abrir. Pero se<br />

alejó d<strong>el</strong> sonido d<strong>el</strong> timbre y subió por la oscura escalera hacia <strong>el</strong> piso superior,<br />

lleno de luz. Lo hizo despacio, llorando... De pronto, <strong>el</strong> t<strong>el</strong>éfono empezó a sonar.<br />

Sabía que era Paul, llamando desde la cabina de enfrente. Dejó que llamara,<br />

porque estaba llorando. Por fin cesó <strong>el</strong> insistente repiqueteo, aunque volvió a sonar<br />

casi de inmediato. Miró la forma compacta y curvada d<strong>el</strong> negro instrumento y lo<br />

odió. Pero esta vez se tragó las lágrimas, dominó su voz y contestó. Era Julia.<br />

Llamaba para decirle que deseaba quedarse a cenar con sus amigos, que volvería<br />

tarde con <strong>el</strong> niño y que ya le metería <strong>el</strong>la en la cama; de modo que, si quería, Ella<br />

podía salir.<br />

—¿Qué te pasa<br />

La voz de Julia le llegaba plena y tranquila, como siempre, a través de<br />

cuatro kilómetros de calles.<br />

—Estoy llorando.<br />

—Ya lo oigo. ¿Por qué<br />

—¡Esos malditos hombres! —exclamó Ella—. Los odio a todos.<br />

—¡Ah, bueno! Si es eso sólo, vete al cine; te animará.<br />

En seguida Ella se sintió mejor. El incidente parecía tener menos<br />

importancia, y se echó a reír.<br />

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