09.02.2015 Views

el-cuaderno-dorado_dorislessing

el-cuaderno-dorado_dorislessing

el-cuaderno-dorado_dorislessing

SHOW MORE
SHOW LESS

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

conseguir algo en otro sentido, lo resiente siempre. Siempre. Claro está, Ted<br />

comenzaba persiguiendo a la «mariposa debajo de la piedra», y lograba controlar a<br />

la perfección sus sentimientos románticos. Pero éstos existían, por lo cual él<br />

merecía momentos como aqu<strong>el</strong>, repetidos una y mil veces: Stanley le dirigía la<br />

sonrisa dura de quien sabe más de lo que <strong>el</strong> otro cree, con los ojos<br />

empequeñecidos y como diciéndole: « ¡Bah, amigo! Ya sabes que esto no es lo<br />

mío». Y, no obstante, Ted le estaba ofreciendo un libro, una v<strong>el</strong>ada musical o algo<br />

por <strong>el</strong> estilo. Stanley había acabado por manifestar un franco desprecio hacia Ted,<br />

<strong>el</strong> cual, en lugar de mandarlo al cuerno, se mostraba tolerante. Ted era una de las<br />

personas más escrupulosas que he conocido, a pesar de lo cual iba a «organizar<br />

expediciones» con Stanley para conseguir cerveza o comida rateada en algún sitio.<br />

Después, nos explicaba que sólo había ido para tener una oportunidad de explicar a<br />

Stanley que aqu<strong>el</strong>la no era manera de vivir, «como un día comprenderá». Pero<br />

luego nos lanzaba una mirada rápida, avergonzado, y volvía la cara con aqu<strong>el</strong>la<br />

sonrisa nueva de amargura y odio hacia sí mismo.<br />

Además, teníamos <strong>el</strong> asunto d<strong>el</strong> hijo de George. Todo <strong>el</strong> grupo estaba<br />

enterado de <strong>el</strong>lo, no obstante ser George, por temperamento, un hombre discreto.<br />

Estoy segura de que durante <strong>el</strong> año en que tan atormentado se mostró por ese<br />

asunto, no se lo mencionó a nadie, como tampoco lo hicimos Willi ni yo. Pero todos<br />

lo sabíamos. Imagino que en una noche de semiborrachera, George debió de hacer<br />

alguna alusión creyendo que sería inint<strong>el</strong>igible. No tardamos en bromear sobre <strong>el</strong>lo<br />

en <strong>el</strong> mismo tono en que lo hacíamos, desesperadamente, cuando nos referíamos a<br />

la situación política d<strong>el</strong> país. Me acuerdo de que una noche George nos hizo morir<br />

de risa imaginándose cómo alguna vez su hijo acudiría a su casa para pedir trabajo<br />

como sirviente. Él, George, no le reconocería. Pero un lazo místico, o lo que fuera,<br />

le atraería hacia <strong>el</strong> pobre niño, al que daría un trabajo en la cocina. La natural<br />

sensibilidad y la innata int<strong>el</strong>igencia d<strong>el</strong> muchacho, heredadas de él, naturalmente,<br />

atraerían las simpatías de toda la casa, de forma que muy pronto se ocuparía en<br />

recoger d<strong>el</strong> su<strong>el</strong>o los naipes que los cuatro ancianos dejaban caer, y sería un amigo<br />

tierno y generoso para los tres niños de la casa, o sea sus hermanastros. Por<br />

ejemplo, nadie le superaría recogiendo p<strong>el</strong>otas en la pista de tenis. Por fin, su<br />

paciencia de siervo se vería recompensada, pues de pronto un día se haría la luz en<br />

la mente de George, en <strong>el</strong> instante en que <strong>el</strong> niño le pasara un par de zapatos,<br />

«muy bien cepillados, naturalmente». «Baas, ¿queda algo por hacer» « ¡Hijo<br />

mío!» « ¡Padre! ¡Por fin!» Etc., etc.<br />

Aqu<strong>el</strong>la noche vimos a George solo bajo los árboles, con la cabeza entre las<br />

manos, inmóvil. Era una sombra grave y abatida entre las sombras móviles de las<br />

r<strong>el</strong>ucientes hojas puntiagudas. Fuimos a sentarnos con él, pero nadie sabía qué<br />

decir.<br />

En aqu<strong>el</strong> último fin de semana iba a c<strong>el</strong>ebrarse otro gran baile. Llegamos en<br />

coche y en tren a diversas horas d<strong>el</strong> viernes, y nos encontramos todos en <strong>el</strong> salón.<br />

Cuando Willi y yo llegamos, Johnnie ya estaba sentado frente al piano con la rubia<br />

de mejillas coloradas junto a él. Stanley bailaba con la señora Lattimer, y George<br />

conversaba con Maryrose. Willi fue directamente hacia donde se encontraban estos<br />

últimos y desalojó a George. Por su parte, Paul vino a recabar mi compañía.<br />

Nuestra r<strong>el</strong>ación seguía siendo la misma: tierna, medio burlona y llena de<br />

esperanzas. Pero cualquiera que nos observara desde fuera podría haber creído, y<br />

probablemente lo creyera, que unos lazos sentimentales unían a Willi y a Maryrose,<br />

a Paul y a mí..., aunque en otros momentos podía parecer que existían entre<br />

George y yo, y entre Paul y Maryrose. Claro que la razón potenciadora de estas<br />

r<strong>el</strong>aciones adolescentes y románticas estribaba en la r<strong>el</strong>ación entre Willi y yo, la<br />

cual era, como ya he dicho, casi asexual. Cuando en <strong>el</strong> centro de un grupo hay una<br />

pareja con una r<strong>el</strong>ación plenamente sexual, ésta tiene un efecto catalizador para los<br />

demás, y a menudo llega a destruir <strong>el</strong> grupo completamente. Desde aqu<strong>el</strong>la época<br />

122

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!