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el-cuaderno-dorado_dorislessing

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muera. Palabras y palabras: juego con las palabras, esperando que una de sus<br />

combinaciones, incluso una casual, diga lo que quiero. ¿Tal vez sería mejor con<br />

música Pero la música ataca mi oído interno como algo antagónico. No es mi<br />

mundo. El hecho es que la experiencia auténtica no puede ser descrita. Pienso, con<br />

amargura, que una serie de asteriscos, como en una nov<strong>el</strong>a anticuada, sería mejor.<br />

O un símbolo, quizás un círculo o un cuadrado. Cualquier cosa, pero no palabras.<br />

Las personas que hayan estado aquí realmente, aquí donde las palabras, las<br />

fórmulas y <strong>el</strong> orden se desvanecen, sabrán lo que quiero decir, pero no los demás.<br />

Una vez llegados a este punto, hay una ironía terrible, un terrible encogerse de<br />

hombros, y no es cuestión de luchar contra <strong>el</strong>lo o de desentenderse o de si está<br />

bien o mal, sino de saber simplemente que está aquí y para siempre. Es cuestión<br />

de hacerle una reverencia, por así decirlo, con cierto tipo de cortesía, como a un<br />

antiguo enemigo: «Muy bien, ya sé que estás aquí, pero tenemos que conservar las<br />

formas, ¿no es eso Tal vez es condición de tu existencia <strong>el</strong> que nosotros,<br />

precisamente, conservemos las formas y creemos las fórmulas; ¿has pensado en<br />

<strong>el</strong>lo».<br />

Así que antes de dormirme «comprendí» por qué tenía que dormir y lo que<br />

diría <strong>el</strong> proyeccionista, y lo que tendría que aprender. Aunque ya lo sabía; de modo<br />

que <strong>el</strong> mismo sueño aparecía ya como palabras dichas después d<strong>el</strong> acontecimiento<br />

o como un resumen, para dar énfasis, de algo que había aprendido.<br />

En cuanto llegó <strong>el</strong> sueño, <strong>el</strong> proyeccionista dijo, con la voz de Saúl, muy<br />

sensatamente:<br />

—Y ahora nos limitaremos a volverlo a pasar.<br />

Yo estaba azorada, porque temía que iba a ver la misma serie de p<strong>el</strong>ículas<br />

de antes, pulidas e irreales. Pero esta vez, aunque eran las mismas p<strong>el</strong>ículas,<br />

tenían otro carácter que en <strong>el</strong> sueño que llamé «realista»; tenían un carácter basto,<br />

tosco, bastante espasmódico, como una p<strong>el</strong>ícula primitiva rusa o alemana. A trozos,<br />

la p<strong>el</strong>ícula pasaba muy despacio; eran trozos muy largos que yo iba mirando,<br />

absorta, viendo detalles que en la vida no había tenido tiempo de notar. El<br />

proyeccionista decía, cuando llegábamos a algún punto que él quería que yo<br />

comprendiera:<br />

—Eso es, señora; eso es.<br />

Y debido a estas indicaciones suyas, yo me fijaba todavía más. Me di cuenta<br />

de que todas las cosas a las que yo les había dado trascendencia o que mi vida<br />

había acentuado, pasaban inadvertidas rápidamente, como sin importancia. El<br />

grupo bajo los eucaliptos, por ejemplo, o Ella tumbada con Paul sobre la hierba, o<br />

Ella escribiendo nov<strong>el</strong>as, o Ella deseando la muerte en <strong>el</strong> avión, o los pichones<br />

cayendo muertos por <strong>el</strong> fusil de Paul; todo esto había desaparecido, había sido<br />

absorbido, se había desplazado para dejar sitio a lo que era realmente importante.<br />

De modo que contemplé, durante un rato larguísimo, fijándome en todos los<br />

gestos, a la señora Boothby en la cocina d<strong>el</strong> hot<strong>el</strong> de Mashopi, con sus firmes<br />

nalgas que se proyectaban como estantes bajo <strong>el</strong> corsé apretado, con manchas de<br />

sudor en los sobacos y la cara enrojecida, mientras cortaba lonjas de carne fría de<br />

varios cuartos de animales y aves, y escuchaba a través de la pared las voces<br />

cru<strong>el</strong>es y la risa todavía más cru<strong>el</strong> de la juventud. También oí <strong>el</strong> canturreo de Willi,<br />

muy cerca, detrás d<strong>el</strong> oído, aqu<strong>el</strong> canturreo sin tonada, desesperado y solitario; le<br />

contemplé en cámara lenta, una y otra vez, para no olvidarlo, mientras él me<br />

miraba largamente, herido, cuando yo flirteaba con Paul. Y vi al señor Boothby, al<br />

hombre corpulento de detrás d<strong>el</strong> bar, mirando a su hija, junto al joven. Vi su<br />

mirada llena de envidia, aunque sin amargura; vi al joven antes de que desviara los<br />

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