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el-cuaderno-dorado_dorislessing

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d<strong>el</strong> mundo tienen también su dinámica interna, y mi terror, <strong>el</strong> auténtico terror<br />

nervioso de la pesadilla, era parte de aqu<strong>el</strong>la dinámica. Esto lo sentí como una<br />

visión, en un nuevo tipo de conocimiento. Y supe que la cru<strong>el</strong>dad y <strong>el</strong> despecho, así<br />

como los «yo, yo, yo, yo» de Saúl y de Anna, eran parte de la lógica de la guerra;<br />

supe lo fuertes que eran estas emociones de una forma que no iba a olvidarlo<br />

jamás. Todo aqu<strong>el</strong>lo iba a formar parte de la manera como vería <strong>el</strong> mundo a partir<br />

de entonces.<br />

Ahora, al escribirlo, y al leer lo que he escrito, no queda nada de todo<br />

aqu<strong>el</strong>lo, pues son sólo palabras sobre <strong>el</strong> pap<strong>el</strong>, que no puedo comunicarme ni a mí<br />

misma, cuando r<strong>el</strong>eo este conocimiento de la destrucción como una fuerza. Ayer<br />

por la noche estaba inerme en <strong>el</strong> su<strong>el</strong>o, sintiendo intensamente que jamás en mi<br />

vida lo iba a olvidar, pero se trataba de un conocimiento que no aparece en las<br />

palabras que ahora escribo.<br />

Al pensar cómo iba a estallar la guerra y cómo se produciría <strong>el</strong> caos, sentí un<br />

sudor frío. Luego pensé en Janet, en aqu<strong>el</strong>la niña, encantadora y bastante<br />

convencional en <strong>el</strong> colegio femenino, y sentí ira, ira por que alguien pudiera hacerle<br />

daño. Me puse de pie, preparándome para luchar contra <strong>el</strong> terror. Me sentí<br />

exhausta, pues <strong>el</strong> terror se había ido y aparecía en las líneas impresas de los<br />

periódicos. Estaba inerme a causa d<strong>el</strong> agotamiento y sin necesidad ya de herir a<br />

Saúl. Me desnudé y me metí en la cama. Al recobrarme, comprendí <strong>el</strong> alivio que<br />

debe de sentir Saúl cuando las garras de la locura le dejan de apretar <strong>el</strong> cu<strong>el</strong>lo.<br />

Estuve echada pensando en él, con calor y objetividad.<br />

Luego oí afuera <strong>el</strong> ruido de sus pasos furtivos, e inmediatamente volvió a<br />

establecerse la corriente. Sentí una oleada de miedo y de ansiedad. No quería que<br />

entrara o, mejor dicho, no quería que entrara la persona de aqu<strong>el</strong>los pasos furtivos.<br />

Se detuvo un rato al otro lado de la puerta de mi cuarto, escuchando. No sé qué<br />

hora podía ser entonces, pero a juzgar por la luz d<strong>el</strong> ci<strong>el</strong>o, era de madrugada. Oí<br />

cómo subía de puntillas, con muchísimo cuidado. Le odié. Estaba horrorizada de<br />

que pudiera volverle a odiar tan pronto. Permanecí quieta, esperando que bajara.<br />

Entonces me deslicé arriba, a su cuarto. Abrí la puerta y, a la luz tenue de la<br />

ventana, pude verle enroscado, muy recogidito bajo las mantas. El corazón se me<br />

encogió de compasión. Me deslicé dentro de la cama, a su lado, y él se volvió para<br />

abrazarme con fuerza. Supe que había estado yendo a trompicones por la calle,<br />

enfermo y solitario, por la manera que me cogía.<br />

Esta mañana le he dejado durmiendo y he hecho café. He arreglado <strong>el</strong> piso y<br />

me he forzado a leer los periódicos. No sé quién va a bajar las escaleras. Me estoy<br />

leyendo los periódicos, pero ya no con aqu<strong>el</strong> conocimiento nervioso, sino solamente<br />

con mi int<strong>el</strong>igencia, y pienso cómo yo, Anna Wulf, estoy esperando sin saber quién<br />

va a bajar las escaleras: si va a ser <strong>el</strong> hombre cariñoso y fraternal que me conoce a<br />

mí, Anna, <strong>el</strong> niño furtivo y astuto, o <strong>el</strong> loco dominado por <strong>el</strong> odio.<br />

Esto ocurrió hace tres días, que los he pasado inmersa en la locura. Saúl<br />

apareció con aspecto de enfermo. Sus ojos eran como unos animales muy brillantes<br />

y cautos dentro de círculos de carne marrón y azulada. Tenía la boca prieta, como<br />

un arma, con <strong>el</strong> aire vivaracho de un soldado. Yo sabía que todas sus energías<br />

estaban dedicadas meramente a no desintegrarse, pues todas sus diferentes<br />

personalidades estaban fundidas en <strong>el</strong> ser que luchaba tan sólo por sobrevivir. Me<br />

dirigió repetidas miradas de socorro, de las que él no era consciente. No era más<br />

que una criatura en los límites de sí mismo. En respuesta a las necesidades de esta<br />

criatura, yo me sentía tensa y preparada a soportar la carga. Los periódicos<br />

estaban sobre la mesa. Al entrar él, los puse aun lado, sintiendo que <strong>el</strong> terror que<br />

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