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el-cuaderno-dorado_dorislessing

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Boothby tuvo una decepción con nosotros. Willi se mostró especialmente silencioso.<br />

Me parece que fue aqu<strong>el</strong> fin de semana cuando decidió retirarse o, al menos,<br />

apartarse bastante de la política para dedicarse al estudio. En cuanto a Paul, estuvo<br />

auténticamente sencillo y agradable con todo <strong>el</strong> mundo, en especial con la señora<br />

Boothby, a quien había caído en gracia.<br />

El domingo por la noche volvimos a la ciudad muy tarde, porque no<br />

queríamos irnos d<strong>el</strong> hot<strong>el</strong> Mashopi. Antes de marcharnos estuvimos bebiendo<br />

cerveza en la terraza, con <strong>el</strong> hot<strong>el</strong> a oscuras detrás. La luz de la luna era tan fuerte<br />

que podíamos ver cada grano de arena brillar por sí solo en los trechos de la<br />

carretera donde los carros de bueyes los habían desparramado. Las hojas<br />

puntiagudas de los eucaliptos, que colgaban hacia <strong>el</strong> su<strong>el</strong>o inclinadas por su peso,<br />

r<strong>el</strong>ucían como espadas diminutas. Recuerdo que Ted dijo:<br />

—Fijaos cómo estamos, sin decir una palabra. Mashopi es un lugar p<strong>el</strong>igroso.<br />

Vamos a venir aquí todos los fines de semana, para aletargarnos con toda esta<br />

cerveza, la luz de la luna y la buena comida. Me pregunto a dónde iremos a parar.<br />

No volvimos en un mes. Habíamos comprendido lo cansados que estábamos,<br />

y me parece que nos daba miedo lo, que pudiera pasar si dejábamos saltar la<br />

tensión d<strong>el</strong> cansancio. Fue un mes de trabajo muy duro. Paul, Jimmy y Ted estaban<br />

terminando la instrucción y salían a volar diariamente. Hacía buen tiempo. Hubo<br />

mucha actividad periférica de tipo político, como conferencias, seminarios y<br />

trabajos para informes sociológicos. En cambio, «<strong>el</strong> Partido» sólo se reunió una vez.<br />

El otro subgrupo había perdido cinco miembros. Es interesante que, en la única<br />

ocasión en que nos reunimos, nos p<strong>el</strong>eamos furiosamente hasta casi la madrugada;<br />

y, sin embargo, durante <strong>el</strong> resto d<strong>el</strong> mes nos vimos de dos en dos muy a menudo,<br />

sin ningún rencor, para discutir sobre los detalles d<strong>el</strong> trabajo periférico bajo nuestra<br />

responsabilidad. Mientras tanto, nuestro grupo seguía encontrándose en <strong>el</strong><br />

Gainsborough. Hicimos bromas sobre <strong>el</strong> hot<strong>el</strong> Mashopi y su siniestra influencia<br />

r<strong>el</strong>ajadora. Lo utilizamos como símbolo de lujo, decadencia y debilidad mental. Los<br />

amigos que no habían ido, pero que lo conocían como un vulgar hot<strong>el</strong> de carretera,<br />

decían que estábamos locos. Un mes después de aqu<strong>el</strong>la visita, hubo un fin de<br />

semana largo, de la noche d<strong>el</strong> jueves hasta <strong>el</strong> miércoles siguiente —en la Colonia,<br />

las vacaciones se tomaban en serio—, y organizamos un grupo para volver allí.<br />

Consistió en los seis mismos de la otra vez, más <strong>el</strong> nuevo protegido de Ted, Stanley<br />

Lett, <strong>el</strong> muchacho de Manchester, por cuya salvación él fracasó como piloto.<br />

También vino Johnny, un pianista de jazz amigo de Stanley, y Georges Hounslow,<br />

con quien habíamos convenido encontrarnos allí. Nos trasladamos en coche y en<br />

tren, y a la hora en que <strong>el</strong> bar cerraba, la noche d<strong>el</strong> jueves, estaba ya claro que<br />

aqu<strong>el</strong> fin de semana iba a ser muy distinto d<strong>el</strong> pasado.<br />

El hot<strong>el</strong> estaba lleno de gente que había ido a pasar <strong>el</strong> largo fin de semana.<br />

La señora Boothby abrió un anexo de doce habitaciones. Iban a c<strong>el</strong>ebrarse dos<br />

bailes, uno público y otro privado, y en <strong>el</strong> aire ya se notaba una agradable<br />

dislocación de la vida ordinaria. Cuando nuestro grupo se sentó a la mesa para<br />

cenar, muy tarde, un camarero estaba adornando las esquinas d<strong>el</strong> comedor con<br />

pap<strong>el</strong>es de colores y tiras de bombillas. Se nos sirvió un h<strong>el</strong>ado especial hecho para<br />

la noche d<strong>el</strong> día siguiente. Vino un mensajero enviado por la señora Boothby para<br />

preguntar si «los muchachos de aviación» podrían ayudarla, al día siguiente, a<br />

adornar la habitación grande... O, mejor dicho, vino una mensajera, pues se<br />

trataba de June Boothby y era obvio que había acudido empujada por la curiosidad<br />

de ver a los muchachos en cuestión, seguramente porque su madre había hablado<br />

de <strong>el</strong>los. Aunque también fue obvio que no le causaron demasiada impresión.<br />

Muchas chicas de la Colonia echaban un vistazo a los chicos que llegaban de<br />

Inglaterra y los descartaban definitivamente por encontrarlos afeminados, sosos y<br />

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