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el-cuaderno-dorado_dorislessing

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El hombre replica, irritado:<br />

—Ande, ande, no convierta un montecito en una montaña.<br />

Ella insiste:<br />

—Conque <strong>el</strong> asesinato de una pobre avecilla es un montecito.<br />

—Bueno, señora, no hay para tanto. Asesinar no es una montaña —observa<br />

uno de los chicos de quince años, que está con las manos metidas en los bolsillos<br />

de la chaqueta, sonriendo.<br />

Su compañero aprovecha la alusión, con sagacidad:<br />

—Tienes razón. Los montecitos son asesinato, pero las montañas no.<br />

—Es verdad —concede <strong>el</strong> primero—. ¿Desde cuándo una paloma es una<br />

montaña Es un montecito.<br />

La mujer se vu<strong>el</strong>ve hacia <strong>el</strong>los y <strong>el</strong> malo, agradecido, escapa con una<br />

expresión increíblemente culpable, a pesar suyo. La mujer está intentando<br />

encontrar las palabras adecuadas para insultar a los dos chicos, pero entonces<br />

aparece <strong>el</strong> hombre eficiente con <strong>el</strong> cadáver d<strong>el</strong> animal y sin saber qué hacer con él.<br />

Uno de los chicos pregunta, burlándose:<br />

—¿Va a hacer empanada de paloma, señor<br />

—Si os atrevéis a burlaros de mí, llamaré a la policía —amenaza en seguida<br />

<strong>el</strong> eficiente.<br />

La mujer está encantada, y dice:<br />

—Eso, eso es lo que debíamos haber hecho hace rato.<br />

Uno de los chicos su<strong>el</strong>ta un silbido, largo, incrédulo, sarcástico y admirativo<br />

—Bueno! Llamemos a la bofia. ¿Sabe que le engancharán por robar una<br />

paloma pública, señor<br />

Y los dos chicos se marchan, desternillándose, pero lo más aprisa que<br />

pueden, ante la invocación de la policía.<br />

La mujer enojada, <strong>el</strong> hombre eficiente, <strong>el</strong> cadáver y unos cuantos mirones,<br />

tardan aún en irse. El hombre busca por los alrededores, ve una pap<strong>el</strong>era colgando<br />

de un farol, y se ad<strong>el</strong>anta para echar en <strong>el</strong>la <strong>el</strong> ave muerta. Pero la mujer le sale al<br />

paso, coge la paloma y dice, con la voz preñada de ternura:<br />

—Dém<strong>el</strong>a. Enterraré al pobre animalito en la maceta de mi ventana.<br />

El hombre eficiente se apresura a marcharse, agradecido. Ella queda sola,<br />

mirando con repugnancia la sangre espesa que cae d<strong>el</strong> pico de la paloma.<br />

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