09.02.2015 Views

el-cuaderno-dorado_dorislessing

el-cuaderno-dorado_dorislessing

el-cuaderno-dorado_dorislessing

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

Para las bromas de este tipo se consideraba que Ted, Jimmy y Paul<br />

despreciaban hasta tal punto la Colonia, que lo ignoraban todo acerca de <strong>el</strong>la. En<br />

realidad, estaban muy bien informados.<br />

Eran casi las siete de la tarde y se acercaba la hora de cenar en <strong>el</strong><br />

Gainsborough. Calabaza frita, carne estofada y fruta hervida.<br />

—Vamos a echarle una ojeada —dijo Ted—. Ahora. Podemos tomar una<br />

pinta y volver a tiempo de coger <strong>el</strong> autobús para <strong>el</strong> campamento. —Hizo la<br />

sugerencia con su entusiasmo usual, como si <strong>el</strong> hot<strong>el</strong> Mashopi tuviera ciertamente<br />

que resultar la experiencia más hermosa e insólita de toda nuestra vida.<br />

Miramos a Willi. Aqu<strong>el</strong>la noche había una reunión, organizada por <strong>el</strong> Club de<br />

Izquierdas, entonces en su apogeo. Contaban con la presencia de todos nosotros.<br />

Sin embargo, Willi estuvo de acuerdo, con toda naturalidad, como si no hubiera<br />

nada extraño en <strong>el</strong>lo:<br />

—No hay inconveniente. Por esta noche, la calabaza de la señora James se<br />

la puede comer otro.<br />

Willi tenía un coche barato, de quinta mano. Los cinco nos metimos en él y<br />

fuimos hasta Mashopi, a unos noventa y cinco kilómetros. Recuerdo que era una<br />

noche clara, pero opresiva; las estr<strong>el</strong>las, gruesas y bajas, con una luminosidad<br />

espesa, tenían <strong>el</strong> aspecto característico de cuando se avecina tempestad. Fuimos<br />

por entre kopjes que eran montones de guijarros de granito, lo típico de aqu<strong>el</strong>la<br />

parte d<strong>el</strong> país. Las piedras estaban cargadas de calor y <strong>el</strong>ectricidad, de modo que al<br />

pasar por enfrente nos venían a la cara ráfagas de aire caliente, como suaves<br />

puñetazos.<br />

Llegamos al hot<strong>el</strong> Mashopi a las ocho y media y nos encontramos con que <strong>el</strong><br />

bar estaba intensamente iluminado y repleto de granjeros de la vecindad. Era un<br />

recinto pequeño y r<strong>el</strong>uciente, con un mostrador de madera pulida y lustrosa, y <strong>el</strong><br />

su<strong>el</strong>o de cemento negro, brillante. Tal como Paul nos dijera, había un blanco para<br />

los dardos y un juego de tejo. Y detrás d<strong>el</strong> mostrador estaba <strong>el</strong> señor Boothby, de<br />

dos metros de estatura, corpulento, con un estómago protuberante, la espalda<br />

recta como una pared y <strong>el</strong> rostro pesado, surcado por una red de venas hinchadas<br />

por <strong>el</strong> alcohol y dominado por un par de ojos prominentes, de expresión tranquila y<br />

maliciosa. Recordó a Paul de aqu<strong>el</strong> mediodía y se interesó por los progresos<br />

realizados en la reparación d<strong>el</strong> avión. El aparato no había sufrido ninguna avería,<br />

pero Paul empezó a contar una larga historia de cómo un ala había sido alcanzada<br />

por un rayo y él había descendido sobre las copas de los árboles en paracaídas, con<br />

<strong>el</strong> instructor agarrado a su brazo... Era una historia tan claramente fabricada, que<br />

<strong>el</strong> señor Boothby mostró malestar desde la primera palabra. Y, no obstante, Paul lo<br />

contaba con mucha gracia, pero en serio y con deferencia. Al final dijo:<br />

—Mi función no es buscar las causas, mi función es volar y morir —al tiempo<br />

que simulaba no poder reprimir una lágrima de gallardía.<br />

El señor Boothby soltó a regañadientes una breve risotada y le pidió si<br />

quería beber algo. Paul había supuesto que aqu<strong>el</strong>la bebida iría a cuenta de la casa,<br />

como un premio al héroe; pero <strong>el</strong> señor Boothby alargó la mano con una mirada fija<br />

y prolongada, como si dijera: «Sí, ya sé que no es broma, y que tú tratarías de<br />

tomarme <strong>el</strong> p<strong>el</strong>o si pudieras». Paul pagó de buen talante y continuó la<br />

conversación. Unos minutos después vino a donde estábamos nosotros, sonriente y<br />

diciéndonos que <strong>el</strong> señor Boothby había sido sargento de la policía colonial, que se<br />

había casado con su actual mujer durante un permiso en Inglaterra, donde <strong>el</strong>la<br />

81

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!