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el-cuaderno-dorado_dorislessing

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sucesora de Marión, y descendió por <strong>el</strong> centro d<strong>el</strong> edificio, lleno de almohadones,<br />

luces, alfombras y plantas, hasta la calle, fea, donde se sintió aliviada.<br />

Fue a la estación de metro más cercana, sin pensar, sabiendo que se hallaba<br />

en un estado próximo al derrumbamiento. Había empezado la hora punta, y le<br />

empujaba un rebaño de gente. Pero de súbito se encontró sobrecogida de pánico,<br />

tanto que se apartó de la gente con las palmas de las manos y los sobacos<br />

húmedos, para apoyarse contra una pared. Esto le había sucedido dos veces,<br />

recientemente, en la hora punta. «Me está pasando algo —pensó, luchando para<br />

controlarse—. Estoy consiguiendo resbalar por la superficie de algo, pero ¿de qué»<br />

Permaneció junto a la pared, incapaz de volver a avanzar entre la muchedumbre.<br />

No podía salvar de prisa los siete u ocho kilómetros que la separaban de su piso, si<br />

no era en metro. Nadie podía. Todos, toda aqu<strong>el</strong>la gente estaba apresada por <strong>el</strong><br />

terrible atolladero de la city. Todos, salvo Richard y la gente como él. Si volviera<br />

arriba y le pidiera que la mandara en coche a casa, él lo haría. ¡Naturalmente!<br />

Estaría encantado. Pero no podía pedírs<strong>el</strong>o. No le quedaba más remedio que<br />

decidirse a avanzar. Lo hizo, sumergiéndose en <strong>el</strong> río de gente, a la espera de que<br />

le llegara <strong>el</strong> turno para sacar <strong>el</strong> billete. Luego bajó las escaleras en medio de una<br />

multitud, y esperó en <strong>el</strong> andén. Pasaron cuatro trenes antes de que <strong>el</strong>la pudiera<br />

escurrirse hasta <strong>el</strong> interior de un vagón. Lo peor ya estaba hecho; ahora sólo tenía<br />

que mantenerse de pie, dejarse sostener por la presión de la gente, en aqu<strong>el</strong> sitio<br />

tan iluminado, abarrotado y maloliente, y al cabo de diez o doce minutos ya habría<br />

llegado a la estación de su casa. Tenía miedo de desmayarse.<br />

«Cuando una persona enloquece, ¿qué significa ¿En qué momento se da<br />

cuenta uno de que está enloqueciendo, cuando se halla al borde de caer hecho<br />

pedazos Si yo enloqueciera, ¿qué forma adoptaría» Cerró los ojos, sintiendo <strong>el</strong><br />

resplandor de la luz en los párpados, <strong>el</strong> estrujamiento de los cuerpos, que olían a<br />

sudor y suciedad, y fue consciente de sí misma, de una Anna reducida al apretado<br />

nudo de determinación que le oprimía <strong>el</strong> estómago. «Anna, Anna, yo soy Anna —<br />

repitió para sí varias veces—. Pero, de todos modos, no puedo enfermar, ni<br />

dejarme ir, porque está Janet. Si yo desapareciera d<strong>el</strong> mundo mañana, a nadie le<br />

importaría, salvo a Janet. ¿Qué soy, pues Alguien necesario a Janet. ¡Pero esto es<br />

terrible! —concluyó aumentándole <strong>el</strong> miedo—. Es malo para Janet. Volvamos a<br />

probar: ¿quién soy yo...» Ya no pensó en Janet; la suprimió. Y vio su cuarto,<br />

largo, blanco, a media luz, con los <strong>cuaderno</strong>s de colores sobre la mesa de caballete.<br />

Se vio a sí misma, Anna, sentada en <strong>el</strong> taburete de música, escribiendo<br />

afanosamente, redactando un párrafo en un <strong>cuaderno</strong> y tachándolo luego con una<br />

línea o una cruz. También vio las páginas recubiertas de diversos tipos de letra:<br />

frases entre paréntesis, fragmentadas, rotas, y sintió mareo y náusea. A<br />

continuación vio a Tommy, ya no a <strong>el</strong>la, de pie, con los labios fruncidos en un gesto<br />

que rev<strong>el</strong>aba concentración, pasando las páginas de sus ordenados <strong>cuaderno</strong>s.<br />

Abrió los ojos, mareada y temerosa, y vio <strong>el</strong> balanceo d<strong>el</strong> r<strong>el</strong>uciente techo.<br />

La rodeaban una mezcla de anuncios publicitarios y de caras inexpresivas, con la<br />

vista fija por <strong>el</strong> esfuerzo de mantener <strong>el</strong> equilibrio en <strong>el</strong> tren. Una de aqu<strong>el</strong>las caras,<br />

con la carne gris, amarillenta y de poros grandes, y la boca de aspecto arrugado y<br />

húmedo, estaba a seis centímetros y tenía los ojos clavados en <strong>el</strong>la. La cara sonrió,<br />

mitad temerosa, mitad invitadora, y Anna pensó: «Mientras yo estaba con los ojos<br />

cerrados, él me miraba y se imaginaba que me tenía debajo». Se encontró mal.<br />

Desvió sus ojos de aqu<strong>el</strong> rostro, pero sentía <strong>el</strong> irregular aliento d<strong>el</strong> hombre en su<br />

mejilla. Quedaban todavía dos estaciones. Anna empezó a escurrirse, centímetro a<br />

centímetro, sintiendo cómo en <strong>el</strong> traqueteo d<strong>el</strong> tren <strong>el</strong> hombre se apretujaba tras<br />

<strong>el</strong>la, lívido de excitación. Era feo. « ¡Dios mío, qué feos son! ¡Qué feos somos<br />

todos!», pensó Anna, mientras su carne, amenazada por la proximidad d<strong>el</strong> otro, se<br />

retorcía de repugnancia. En la estación se deslizó afuera, chocando con los que<br />

entraban. Pero <strong>el</strong> hombre bajó también, se apretujó detrás de <strong>el</strong>la en la escalera<br />

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