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el-cuaderno-dorado_dorislessing

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de aire frío, un vacío emocional. La sensación era de frío físico, de aislamiento<br />

físico. De nuevo pensaba en Paul, y con tanta intensidad que parecía imposible no<br />

verle aparecer simplemente por la puerta y acercarse hacia donde estaba <strong>el</strong>la.<br />

Sentía cómo <strong>el</strong> frío que la rodeaba empezaba a derretirse al contacto con la intensa<br />

fe de que pronto acudiría él. Hizo un esfuerzo para interrumpir aqu<strong>el</strong>la fantasía:<br />

pensó, sobrecogida de pánico, que si no detenía semejante locura, nunca más<br />

volvería a ser <strong>el</strong>la misma, nunca lograría reponerse. Acertó a desvanecer la<br />

inmanencia de Paul, volvió a sentir los h<strong>el</strong>ados espacios vacíos en torno suyo,<br />

mientras que por dentro toda <strong>el</strong>la era frío y aislamiento, hojeó <strong>el</strong> montón de<br />

revistas francesas, y no pensó en nada. Cerca de <strong>el</strong>la había un hombre, absorto en<br />

la lectura de unas revistas que vio trataban de medicina. Era, a primera vista,<br />

americano; bajo, ancho, vigoroso, y con <strong>el</strong> p<strong>el</strong>o muy corto, estilo cepillo. Bebía<br />

vasos de zumo de frutas, uno tras otro, y no parecía que <strong>el</strong> retraso le hubiese<br />

perturbado lo más mínimo. En una ocasión, sus miradas se cruzaron, después de<br />

haber inspeccionado por la ventana la reparación d<strong>el</strong> avión, y él dijo con una<br />

estrepitosa carcajada:<br />

—Vamos a estar aquí toda la noche, seguro.<br />

Después volvió a sus revistas médicas. Ya habían dado las once, y <strong>el</strong>los eran<br />

<strong>el</strong> único grupo de personas que esperaba en <strong>el</strong> edificio. De súbito, les llegó de abajo<br />

un gran rumor de gritos e interjecciones en francés: eran los mecánicos, que<br />

estaban en desacuerdo y se p<strong>el</strong>eaban. Uno de <strong>el</strong>los, al parecer <strong>el</strong> responsable,<br />

exhortaba a los otros y se quejaba, con mucho movimiento de brazos y<br />

encogimiento de hombros. Los otros, que al principio le habían respondido a gritos,<br />

terminaron por callar, encaminándose con expresión hosca al edificio central y<br />

dejándole solo bajo <strong>el</strong> avión. Entonces, al verse solo, <strong>el</strong> aparente responsable soltó<br />

unas cuantas violentas maldiciones, tras lo cual se encogió de hombros con un<br />

gesto enfático y siguió a los demás hasta <strong>el</strong> edificio. El americano y Ella cambiaron<br />

miradas de int<strong>el</strong>igencia. Él dijo, al parecer divertido: —No me hace mucha gracia<br />

todo esto.<br />

Mientras, por <strong>el</strong> altavoz, se les invitaba a ocupar sus plazas. Ella y aqu<strong>el</strong><br />

hombre fueron juntos. Ella observó: — ¿Y si rehusáramos embarcar<br />

Él contestó, mostrando su dentadura hermosa y blanca, y con un brillo de<br />

entusiasmo en sus ojos azules y muchachiles: —Tengo una cita mañana por la<br />

mañana.<br />

Al parecer, la cita era tan importante que justificaba <strong>el</strong> riesgo de estr<strong>el</strong>larse.<br />

Los viajeros, la inmensa mayoría de los cuales debía haber visto la escena entre los<br />

mecánicos, ocuparon obedientemente sus plazas, al parecer absortos y convencidos<br />

de la necesidad de poner buena cara al mal tiempo. Incluso las azafatas rev<strong>el</strong>aban,<br />

sin salirse de su calma habitual, un evidente nerviosismo. En <strong>el</strong> interior d<strong>el</strong> avión,<br />

muy iluminado por cierto, había cuarenta personas dominadas todas <strong>el</strong>las por <strong>el</strong><br />

terror y preocupadas por que no se les notara. Todos, pensó Ella, excepto <strong>el</strong><br />

americano, que ahora se había sentado a su lado, enfrascándose de nuevo en <strong>el</strong><br />

estudio de sus revistas. En cuanto a Ella, había montado en <strong>el</strong> avión como quien<br />

sube al patíbulo; recordaba <strong>el</strong> encogerse de hombros d<strong>el</strong> mecánico, y pensaba que<br />

aqu<strong>el</strong> gesto expresaba también lo que <strong>el</strong>la sentía. Al empezar la vibración pensó:<br />

«Voy a morir, casi seguro que voy a morir, y me agrada»,<br />

Este descubrimiento, pasado <strong>el</strong> primer momento, no le asombró. Lo había<br />

sabido durante todo <strong>el</strong> rato: «Estoy tan agotada, tan total y fundamentalmente<br />

cansada, en todas las fibras de mi cuerpo, que <strong>el</strong> saber que no voy a seguir<br />

viviendo es como un indulto. ¡Qué extraño! Cada una de estas personas,<br />

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