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el-cuaderno-dorado_dorislessing

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—Es posible que sí. A cualquier mujer le puede ocurrir, si le gusta un<br />

hombre.<br />

—Pero, Anna, debes comprender...<br />

—Oh, lo comprendo muy bien.<br />

—Entonces, ¿no necesito hacerme la cama<br />

Anna empezó a llorar. Él se le acercó, se sentó a su lado, la rodeó con un<br />

brazo y dijo:<br />

—Es una locura. Recorriendo <strong>el</strong> mundo... porque he estado dando vu<strong>el</strong>tas al<br />

mundo, ¿te lo han dicho... Pues bien, abres una puerta, y detrás te encuentras a<br />

una persona en apuros. Cada vez que abres una puerta te encuentras con alguien<br />

hecho pedazos.<br />

—Tal vez s<strong>el</strong>eccionas las puertas.<br />

—Aunque así sea. Me he encontrado con una cantidad sorprendente de<br />

puertas que... No llores, Anna. Es decir, a no ser que disfrutes; pero no tienes la<br />

cara de pasarlo bien.<br />

Anna se dejó caer sobre los almohadones y yació en silencio, mientras él se<br />

sentaba cerca de <strong>el</strong>la, encorvado, pulsándose los labios, triste e int<strong>el</strong>igente, con<br />

determinación.<br />

—¿Qué te hace pensar que a la mañana d<strong>el</strong> segundo día no voy a pedirte<br />

que te quedes conmigo<br />

—Eres demasiado int<strong>el</strong>igente.<br />

Anna dijo, resentida por su caut<strong>el</strong>a:<br />

—Será mi epitafio. Aquí yace Anna Wulf, quien siempre fue demasiado<br />

int<strong>el</strong>igente. Les dejó ir.<br />

—Podrías hacer algo peor. Podrías guardarlos, como algunas que te podría<br />

nombrar.<br />

—Supongo que sí.<br />

—Me voy a poner <strong>el</strong> pijama y vu<strong>el</strong>vo.<br />

Anna, sola, se quitó la bata, vaciló entre una camisa de dormir y un pijama,<br />

y escogió este último, sabiendo por instinto que él lo preferiría al camisón; fue,<br />

como si dijéramos, un gesto de autodefinición.<br />

Apareció en bata y con las gafas puestas, cuando <strong>el</strong>la ya estaba en la cama.<br />

La saludó con la mano; luego fue a una pared y empezó a arrancar trozos de pap<strong>el</strong><br />

de periódico.<br />

—Un pequeño servicio —dijo—, pero ya era hora de que te lo rindieran.<br />

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