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el-cuaderno-dorado_dorislessing

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—No es probable que rechace la oportunidad de cenar contigo, con lo buena<br />

cocinera que eres, ¿no crees<br />

—Te esperaré con impaciencia.<br />

—Si te vistes con rapidez, te puedo llevar a la oficina.<br />

Vacilo, porque pienso: «Si hago la cena para esta noche, tengo que comprar<br />

comida antes de ir al despacho». Apresuradamente, al advertir mis dudas añade:<br />

—Bueno, si prefieres no venir, me marcho.<br />

Me da un beso; <strong>el</strong> beso es la continuación de todo <strong>el</strong> amor que hemos<br />

sentido juntos. Dice, borrando aqu<strong>el</strong> instante de intimidad, pues sus palabras<br />

siguen con <strong>el</strong> otro tema:<br />

—Quizá no tenemos mucho en común, pero, por lo menos, nos llevamos<br />

bien sexualmente.<br />

Cada vez que dice esto, y sólo últimamente ha empezado a decirlo, me coge<br />

frío en <strong>el</strong> estómago. Aqu<strong>el</strong>lo es <strong>el</strong> rechazo total de mi individualidad o, al menos, así<br />

me lo parece, y abre un abismo entre los dos. A través de ese abismo yo pregunto,<br />

irónicamente:<br />

—¿Es lo único que tenemos en común<br />

—¿Lo único Pero Anna, querida Anna... Bueno, tengo que marcharme o<br />

llegaré tarde.<br />

Y se va con la sonrisa triste y amarga d<strong>el</strong> hombre que ha sido rechazado.<br />

Y ahora yo tengo que apresurarme. Me vu<strong>el</strong>vo a lavar y me visto. Escojo un<br />

vestido de lana blanco y negro con un cu<strong>el</strong>lecito blanco, porque le gusta a Micha<strong>el</strong>,<br />

y esta noche puede que no tenga tiempo de cambiarme. Luego voy corriendo a la<br />

tienda y a la carnicería. Me causa gran placer comprar comida que voy a guisar<br />

para Micha<strong>el</strong>; es un placer sensual como <strong>el</strong> acto mismo de cocinarla. Imagino la<br />

carne rebozada con huevo y galleta; los champiñones, cociéndose en la crema y las<br />

cebollas; la sopa clara, sabrosa y de color de ámbar... Mientras lo imagino, recreo<br />

la comida, los gestos que voy a hacer vigilando los ingredientes, <strong>el</strong> fuego, la<br />

consistencia. Subo a casa con los víveres y los pongo sobre la mesa; luego, me<br />

acuerdo de que debo machacar la ternera ahora mismo, porque si lo hago más<br />

tarde despertaré a Janet. Así que llevo a cabo la operación; envu<strong>el</strong>vo los trozos de<br />

carne en pap<strong>el</strong> y los dejo. Son las nueve. No tengo mucho dinero en <strong>el</strong> bolso, por lo<br />

que deberé ir en autobús, no en taxi. Me quedan quince minutos. Aprisa, paso la<br />

escoba por <strong>el</strong> cuarto y hago la cama, cambiando la sábana de debajo, que esta<br />

noche se ha manchado. Al meter la sábana en la cesta de la ropa sucia, noto una<br />

mancha de sangre. ¿No será otra vez la regla Rápidamente paso revista a las<br />

fechas y veo que sí, que es hoy. De pronto, me siento cansada y presa de la irritación,<br />

porque es lo que normalmente siento cuando tengo la regla. (Me pregunto si<br />

no sería mejor dejar para otro día la descripción detallada de todas mis emociones.<br />

Luego decido continuar como había planeado: no he escogido <strong>el</strong> día de hoy a<br />

propósito; me había olvidado de la regla. Decido que <strong>el</strong> sentimiento instintivo de<br />

vergüenza y pudor es deshonesto: no son emociones propias de una escritora.) Me<br />

pongo un tampón de algodón en la vagina, y en la escalera recuerdo que no he<br />

cogido tampones de recambio. Voy a llegar tarde. Enrollo unos tampones en <strong>el</strong><br />

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