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el-cuaderno-dorado_dorislessing

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quien permitiría librarla de aqu<strong>el</strong> estado de sonambulismo. Y algunas semanas más<br />

tarde, la imagen era lo suficientemente fuerte para crear al hombre. Un día,<br />

Maryrose y yo estábamos en la terraza d<strong>el</strong> hot<strong>el</strong> cuando se detuvo un camión que<br />

se dirigía hacia <strong>el</strong> Este. Se apeó un joven rústico dotado de unas pernazas rojas y<br />

unos brazos calentados por <strong>el</strong> sol, tan grandes como los muslos de un buey. De<br />

pronto apareció June, acechante, por <strong>el</strong> camino de grava que bajaba de la casa de<br />

su padre, dando puntapiés a la grava con sus sandalias puntiagudas. Una piedra<br />

llegó rodando hasta los pies d<strong>el</strong> muchacho, que se dirigía hacia <strong>el</strong> bar y se detuvo<br />

para mirarla. Luego, girando repetidas veces la cabeza con una mirada inexpresiva,<br />

casi hipnotizada, entró en <strong>el</strong> bar. June le siguió. El señor Boothby estaba sirviendo<br />

una ginebra con agua tónica a Jimmy y a Paul, y hablando con <strong>el</strong>los de Inglaterra.<br />

No hizo caso de su hija, quien se sentó en un rincón y tomó posición para observar,<br />

como si soñara, a través de Maryrose y de mí, hacia <strong>el</strong> polvo y <strong>el</strong> resplandor de la<br />

mañana calurosa. El mozo se sentó, con su cerveza, en un banco que distaba un<br />

metro escaso de <strong>el</strong>la. Media hora más tarde, cuando volvió a subir al camión, June<br />

iba con él. Maryrose y yo, de súbito y a la vez, rompimos a reír a carcajadas, sin<br />

podernos contener, hasta que Paul y Jimmy sacaron la cabeza para ver de qué nos<br />

reíamos. Un mes más tarde, June y <strong>el</strong> muchacho se prometían oficialmente, y fue<br />

entonces cuando todo <strong>el</strong> mundo se dio cuenta de que era una muchacha tranquila,<br />

agradable y sensata. Aqu<strong>el</strong>la mirada propia de un estado de letargo se le había<br />

desvanecido por completo. Fue entonces cuando nos dimos cuenta de lo irritada<br />

que había estado la señora Boothby por <strong>el</strong> estado de su hija. Había un exceso de<br />

alegría, de alivio en su modo de aceptar la ayuda de <strong>el</strong>la en <strong>el</strong> hot<strong>el</strong>, de volver a ser<br />

amigas, de discutir los planes para la boda. Era como si se hubiera sentido culpable<br />

por su mucha irritación. Y tal vez aqu<strong>el</strong>la larga temporada de irritación fue, en<br />

parte, la causa de que más tarde perdiera la paciencia y se comportara tan<br />

injustamente.<br />

Poco tiempo después de que June nos dejara aqu<strong>el</strong>la primera noche, la<br />

señora Boothby vino a vernos. Willi le pidió que se sentara con nosotros, y Paul se<br />

apresuró a secundar la invitación. Los dos hablaban de una manera que a nosotros<br />

nos parecía exagerada y groseramente cortés. En cambio, la última vez que <strong>el</strong>la<br />

había estado con Paul, aqu<strong>el</strong> fin de semana en que todos nos sentimos tan<br />

cansados, él se mostró sencillo y sin arrogancia, hablando de sus padres, de su<br />

casa... Aunque, naturalmente, la Inglaterra de él y la de <strong>el</strong>la eran dos países<br />

diferentes.<br />

Nosotros hacíamos broma de que la señora Boothby sentía una debilidad<br />

hacia Paul. Ninguno de nosotros lo creíamos, porque si hubiera sido así, no<br />

habríamos bromeado... O quiero suponer con toda mi alma que no, pues al<br />

principio le teníamos gran simpatía. Pero lo cierto era que la señora Boothby estaba<br />

fascinada por Paul... y también por Willi, claro, precisamente a causa de la cualidad<br />

que nosotros tanto odiábamos en <strong>el</strong>los dos: su grosería, su arrogancia oculta detrás<br />

de aqu<strong>el</strong>los modos tan serenos.<br />

Con Willi aprendí por qué a tantas mujeres les gusta que las maltraten. Era<br />

humillante y yo luchaba por no aceptar la verdad, pero lo he visto cientos de veces.<br />

Si había una mujer a la que encontrábamos difícil de tratar, a la que le seguíamos<br />

la cuerda y hacíamos concesiones, Willi decía:<br />

—Vosotros es que no sabéis nada. Lo que ésa necesita es una buena tunda.<br />

(La «buena tunda» era una expresión colonial, usada normalmente por los<br />

blancos de la siguiente manera: «Lo que este kafir necesita es una buena tunda»...<br />

Pero Willi se la había apropiado para <strong>el</strong> uso general.) Me acuerdo de la madre de<br />

Maryrose, una neurótica dominante que le había chupado toda la vitalidad a la hija,<br />

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