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el-cuaderno-dorado_dorislessing

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en él. Y en esto no hay ni bien ni mal, sino simplemente un proceso, una rueda que<br />

gira, mas siento miedo, porque todo lo que forma parte de mi ser clama contra esta<br />

visión de la vida, y vu<strong>el</strong>vo a ser presa de una pesadilla que me parece que me ha<br />

tenido prisionera desde hace mucho tiempo, siempre que me coge desprevenida. La<br />

pesadilla, que adopta formas diversas, me sobreviene tanto si duermo como si<br />

estoy despierta. Puede ser descrita con la mayor sencillez, de la siguiente manera:<br />

surge un hombre con los ojos vendados y de espaldas a una pared de ladrillos. Ha<br />

sido torturado casi hasta la muerte. Frente a él hay seis hombres con los fusiles<br />

apuntados, listos para disparar, que esperan órdenes de un séptimo individuo que<br />

tiene una mano levantada. Cuando baje la mano, harán fuego y <strong>el</strong> prisionero caerá<br />

muerto. Pero, de pronto, ocurre algo inesperado, aunque no d<strong>el</strong> todo, pues <strong>el</strong><br />

séptimo hombre ha estado atento durante todo <strong>el</strong> rato, por si ocurría. En la calle se<br />

produce una explosión de gritos y lucha. Los seis miran interrogativos al oficial, al<br />

séptimo. El oficial espera, inmóvil, para ver de qué lado acaba inclinándose la<br />

lucha. Se oye un grito: « ¡Hemos ganado!». El oficial cruza <strong>el</strong> espacio hasta la<br />

pared, desata al condenado, y se coloca en su lugar. El que había estado atado<br />

hasta entonces, ata al otro. Se desarrolla a continuación <strong>el</strong> momento más<br />

angustioso de la pesadilla: ambos hombres se contemplan con una sonrisa breve,<br />

amarga, de aceptación. Esa sonrisa les hermana. La sonrisa contiene una verdad<br />

terrible que yo quiero ignorar, porque hace imposible la emoción creadora. El<br />

oficial, <strong>el</strong> séptimo, está ahora con los ojos vendados y esperando de espaldas a la<br />

pared. El antiguo prisionero se dirige al p<strong>el</strong>otón, que sigue con las armas a punto.<br />

Levanta la mano y la deja caer. Suenan unos tiros y <strong>el</strong> cuerpo se desploma junto a<br />

la pared, entre convulsiones. Los seis soldados tiemblan, se encuentran mal,<br />

necesitan beber algo para borrar <strong>el</strong> recuerdo d<strong>el</strong> asesinato que han cometido. Pero<br />

<strong>el</strong> hombre que había estado atado y permanece libre, se ríe de los que se van a<br />

trompicones, maldiciéndole y odiándole, de la misma forma que hubieran maldecido<br />

y odiado al otro, al que ha muerto. Y esa risa ante los seis soldados inocentes<br />

encierra una terrible ironía comprensiva. Ésta es la pesadilla. Mientras tanto, <strong>el</strong><br />

camarada Butte está esperando. Como siempre, sonríe con aqu<strong>el</strong>la sonrisita crítica<br />

y a la defensiva, semejante a una mueca.<br />

—Bueno, camarada Anna, ¿nos vas a permitir que publiquemos estas dos<br />

obras maestras<br />

Jack no puede contener una mueca. Y caigo en la cuenta de que acaba de<br />

comprender, como yo misma, que se van a publicar los dos libros: la decisión ya<br />

está tomada. Jack los ha leído y ha observado con su mansedumbre característica:<br />

—No son muy buenos, pero supongo que podrían ser peores. —Si de veras<br />

te interesa lo que yo pienso —objeto—, creo que debería publicarse uno, aunque lo<br />

cierto es que ninguno de los dos me satisface.<br />

—Pero, como es natural, no podemos esperar que logren obtener tantas<br />

alabanzas como tu obra maestra.<br />

Esto no significa que no le gustara Las fronteras de la guerra; le dijo a Jack<br />

que le había gustado, aunque a mí nunca me lo ha dicho. Pero sugiere que si tuvo<br />

tanto éxito fue debido a lo que él llamaría «<strong>el</strong> tinglado de las editoriales<br />

capitalistas». Y, claro, le doy la razón, salvo que la palabra capitalista podría ser<br />

sustituida por otras, como, por ejemplo, comunista o revista femenina. El tono de<br />

su voz forma parte d<strong>el</strong> juego, de nuestros pap<strong>el</strong>es. Yo soy la «escritora burguesa de<br />

éxito», y él, «<strong>el</strong> guardián de la pureza de los valores de la clase obrera». (El<br />

camarada Butte proviene de una familia de la clase media alta. Pero esto,<br />

naturalmente, no cuenta.) Hago una sugerencia:<br />

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