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el-cuaderno-dorado_dorislessing

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LOS CUADERNOS<br />

[Los cuatro <strong>cuaderno</strong>s eran idénticos, de unos cuarenta y cinco centímetros<br />

cuadrados y con tapas brillantes, que hacían aguas como una t<strong>el</strong>a de seda barata.<br />

Lo que los distinguía era <strong>el</strong> color: negro, rojo, amarillo y azul. Cuando se abría<br />

cualquiera de <strong>el</strong>los, en las primeras cuatro páginas parecía que no existía ningún<br />

orden: una o dos páginas mostraban garabatos a medio hacer y frases inacabadas,<br />

y luego aparecía un título, como si Anna se hubiera dividido en cuatro casi<br />

automáticamente, y según la naturaleza de lo que había escrito, hubiera dado un<br />

nombre a cada parte. Así había ocurrido, ciertamente. El primer tomo, <strong>el</strong> <strong>cuaderno</strong><br />

negro, empezaba con unas rayas y unos símbolos musicales esparcidos, claves de<br />

sol que se convertían en <strong>el</strong> signo de la £ y viceversa; luego, un complicado dibujo<br />

de círculos sobrepuestos y las palabras:]<br />

negro<br />

oscuro, está tan oscuro<br />

está oscuro<br />

hay una especie de oscuridad aquí<br />

[Y a continuación, en una letra distinta y desigual:]<br />

Cada vez que me siento a la mesa para escribir y dejo correr mi mente,<br />

aparece en <strong>el</strong>la la frase. Está tan oscuro o algo r<strong>el</strong>acionado con la oscuridad. Terror.<br />

El terror de esta ciudad. Miedo de estar sola. Una cosa, nada más, me impide dar<br />

un salto y ponerme a gritar o correr al t<strong>el</strong>éfono para llamar a alguien, y es hacer un<br />

esfuerzo para volverme a imaginar dentro de aqu<strong>el</strong> resplandor caliente...: luz<br />

blanca, luz, ojos cerrados, la luz roja, cálida, sobre <strong>el</strong> globo de los ojos. El calor<br />

vibrante y áspero de un guijarro de granito. La palma de la mano aplastada encima<br />

de él, moviéndose por encima d<strong>el</strong> liquen. El grano d<strong>el</strong> liquen. Diminuto, como<br />

orejas de pequeñísimos animales, como una seda cálida y áspera contra la palma<br />

de la mano, rozando con insistencia los poros de la pi<strong>el</strong>. Y ardiente. El olor d<strong>el</strong> sol<br />

contra la roca caliente. Seco y ardiente, y <strong>el</strong> polvo sedoso contra la mejilla, oliendo<br />

a sol, al sol. Las cartas d<strong>el</strong> agente acerca de la nov<strong>el</strong>a. Cada vez que llega una, me<br />

entran ganas de reír... La risa de la repugnancia. Una risa mala, la risa d<strong>el</strong><br />

desamparo, una expiación. Cartas fantasmagóricas, cuando pienso en un declive de<br />

granito ardiente y poroso, las mejillas contra la roca ardiente, la luz roja sobre los<br />

párpados. Almuerzo con <strong>el</strong> agente. Irreal... La nov<strong>el</strong>a es cada vez más una especie<br />

de ser con vida propia. Las fronteras de la guerra ya no tiene nada que ver<br />

conmigo; es propiedad ajena. El agente dice que debería hacerse un film. He dicho<br />

que no. Él se ha cargado de paciencia...; es su oficio.<br />

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