09.02.2015 Views

el-cuaderno-dorado_dorislessing

el-cuaderno-dorado_dorislessing

el-cuaderno-dorado_dorislessing

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

—Por la misma razón que no puedes llevar al niño a tu casa. Tienes que<br />

pensar en nueve personas.<br />

—¿Sabes, Anna Me he estado preguntando si me llevaría <strong>el</strong> niño a casa si<br />

tuviera, digamos, sólo dos personas bajo mi responsabilidad.<br />

Yo no supe qué decir. Al cabo de un momento me rodeó con su brazo y me<br />

condujo por entre las ortigas y las zarzas diciendo:<br />

—Ven conmigo al hot<strong>el</strong> y dejemos de lado al gorila.<br />

Y, naturalmente, me sentí perversamente enojada por haber rechazado al<br />

gorila y haber merecido <strong>el</strong> pap<strong>el</strong> de la hermana asexuada. En la mesa me senté<br />

junto a Paul, no junto a George. Después d<strong>el</strong> almuerzo, todos echamos una siesta<br />

larga y empezamos a beber temprano. A pesar de que aqu<strong>el</strong>la noche <strong>el</strong> baile era<br />

privado, para «los granjeros socios de Mashopi y d<strong>el</strong> Distrito», cuando los granjeros<br />

y sus esposas llegaron en grandes automóviles, la sala ya estaba repleta de público<br />

bailando. Éramos todo nuestro grupo, muchos de los aviadores libres de servicio y<br />

Johnnie, que tocaba <strong>el</strong> piano mientras <strong>el</strong> pianista oficial, que no era ni la mitad de<br />

bueno que Johnnie, se había ido muy gustosamente al bar. El maestro de<br />

ceremonias comunicó solemnidad a aqu<strong>el</strong>la v<strong>el</strong>ada con un discurso apresurado y no<br />

muy sincero, en <strong>el</strong> que daba la bienvenida a los muchachos de azul, y todos<br />

bailamos hasta que Johnnie se cansó, lo que ocurrió hacia las cinco de la<br />

madrugada. Después salimos en masa a tomar <strong>el</strong> fresco, bajo un ci<strong>el</strong>o claro y lleno<br />

de estr<strong>el</strong>las que parecían gotas de escarcha. La luna trazaba unas sombras negras<br />

y bien definidas a nuestro alrededor. Estábamos todos juntos, abrazados y<br />

cantando. El aroma de las flores volvía a ser limpio y suave en la vivificadora<br />

atmósfera de la noche. Paul estaba conmigo; habíamos bailado juntos toda la<br />

noche, lo mismo que Willi y Maryrose. Jimmy, muy borracho, iba dando tumbos en<br />

solitario. Había vu<strong>el</strong>to a cortarse y le salía sangre de una pequeña herida, por<br />

encima de los ojos. Así fue como terminó nuestro primer día completo, una especie<br />

de pauta para las siguientes jornadas. Al gran baile «general» de la noche siguiente<br />

acudió <strong>el</strong> mismo público. El bar de los Boothby estuvo muy frecuentado, y <strong>el</strong><br />

cocinero tuvo un exceso de trabajo considerable. En cuanto a la mujer de éste, se<br />

supone que acudió puntualmente a sus citas con George, quien se mostró forzada e<br />

inútilmente atento con Maryrose.<br />

Aqu<strong>el</strong>la segunda v<strong>el</strong>ada, Stanley Lett empezó a cortejar a la señora<br />

Lattimer, la p<strong>el</strong>irroja, lo cual acabó... iba a decir en un desastre, pero esta palabra<br />

suena ridícula. Porque lo más doloroso de aqu<strong>el</strong>la época es que nada resultaba<br />

desastroso. Todo era erróneo, siniestro y desgraciado, y estaba teñido de cinismo;<br />

pero nada era trágico, no ocurría nada que pudiera motivar <strong>el</strong> cambio de algo o de<br />

alguien. De vez en cuando, la tormenta emocional se encendía e iluminaba un<br />

paisaje de sufrimiento individual. Pero luego continuábamos bailando. El asunto de<br />

Stanley Lett con la señora Lattimer tuvo como consecuencia un incidente que<br />

imagino debía tener una docena de precedentes en la vida matrimonial de <strong>el</strong>la.<br />

Era una mujer de unos cuarenta y cinco años, un poco gruesa, con unas<br />

manos exquisitas y unas piernas muy esb<strong>el</strong>tas. Tenía la pi<strong>el</strong> blanca y d<strong>el</strong>icada. Sus<br />

enormes ojos eran de un azul suave, como <strong>el</strong> de la vincapervinca, calinosos,<br />

tiernos, de miope, y casi purpúreos; eran de esos ojos que miran la vida a través<br />

de una neblina de lágrimas... aunque en su caso también se debía al alcohol. El<br />

marido era <strong>el</strong> tipo de comerciante corpulento y de mal humor, que bebía<br />

continuamente de una manera brutal. Empezaba a beber cuando se abría <strong>el</strong> bar, y<br />

seguía bebiendo <strong>el</strong> día entero, lo que iba poniéndole más y más sombrío. Así como<br />

a <strong>el</strong>la la bebida le ablandaba y le hacía suspirar y lloriquear, a él no le oí ni una sola<br />

119

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!