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el-cuaderno-dorado_dorislessing

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Ella era d<strong>el</strong> todo f<strong>el</strong>iz. Se dejaba llevar por una corriente suave de<br />

inconsciencia. Cuando Paul hacía una de sus observaciones «negativas», <strong>el</strong>la estaba<br />

tan segura de sus sentimientos que contestaba:<br />

—¡Qué estúpido eres! Ya te lo he dicho, no entiendes nada.<br />

(La palabra «negativa» provenía de Julia, quien le había dicho, un día que<br />

entrevió a Paul por la escalera: «Tiene algo amargo y negativo en la cara».) Ella<br />

pensaba que Paul no tardaría en pedirle que se casaran. O tal vez tardara; aunque<br />

eso no le importaba, pues pensaba que sería en <strong>el</strong> momento oportuno. El<br />

matrimonio de él no debía tener ninguna importancia, porque pasaba todas las<br />

noches con <strong>el</strong>la y se iba a casa al amanecer, «a por una camisa limpia».<br />

El domingo siguiente, una semana después de su primera salida al campo,<br />

Julia volvió a llevarse al niño a casa de unos amigos, y Paul llevó a Ella al jardín<br />

botánico de Kew. Se tumbaron en la hierba, al abrigo de un cercado de<br />

rododendros por entre cuyas ramas se filtraban los rayos d<strong>el</strong> sol, y se cogieron las<br />

manos.<br />

—¿Ves —dijo Paul, con su mueca rufianesca—. Ya nos comportamos como<br />

una pareja casada. Sabemos que esta noche vamos a hacer <strong>el</strong> amor en la cama, y<br />

ahora sólo nos cogemos la mano.<br />

—Bueno, ¿y qué hay de malo en <strong>el</strong>lo —preguntó Ella divertida.<br />

Estaba medio incorporado, inclinado sobre <strong>el</strong> rostro de Ella, que le sonrió.<br />

Sabía, con toda certeza, que le quería. Le inspiraba confianza.<br />

—¿Que qué hay de malo en <strong>el</strong>lo —inquirió él a su vez, fingiendo<br />

escandalizarse—. ¡Es horrible! Aquí, tú y yo... —Hizo una pausa, pues tanto la<br />

expresión de su rostro como su ardorosa mirada reflejaban claramente cómo<br />

estaban. Luego añadió—: Piensa cómo seríamos si estuviéramos casados.<br />

Ella sintió que se le h<strong>el</strong>aban los huesos. Pensó: « ¿Será esto una advertencia<br />

d<strong>el</strong> hombre a la mujer Pero no puede ser; él no es tan vulgar como para eso».<br />

Percibió aqu<strong>el</strong>la amargura ya familiar en su rostro y pensó: «No, gracias a Dios no<br />

se trata de eso. Está siguiendo <strong>el</strong> hilo de una secreta conversación consigo mismo».<br />

Y la luz interior se le volvió a encender. Le dijo:<br />

—¡Pero si tú no estás casado! A eso no se le puede llamar estar casado. No<br />

ves nunca a tu mujer.<br />

—Nos casamos cuando teníamos veinte años. Debiera estar prohibido por la<br />

ley... —replicó, fingiendo de nuevo escandalizarse. Luego la besó y le dijo, con la<br />

boca contra su cu<strong>el</strong>lo—: Haces bien en no casarte, Ella. Ten juicio y permanece así.<br />

Ella sonrió. Pensaba: «Así, pues, me equivoqué. Se trata precisamente de<br />

eso. Me está diciendo que esto es todo lo que puedo esperar de él». Se sintió<br />

totalmente rechazada. Pero él siguió tumbado con las manos puestas sobre sus<br />

brazos, mientras <strong>el</strong>la sentía su calor traspasarle <strong>el</strong> cuerpo. Los ojos de Paul, cálidos<br />

y llenos de amor estaban muy próximos de los de <strong>el</strong>la. Sonreía.<br />

Aqu<strong>el</strong>la noche, en la cama, hacer <strong>el</strong> amor resulta algo mecánico Fue como<br />

adoptar las sabidas actitudes de reciprocidad; una experiencia distinta de las otras<br />

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