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el-cuaderno-dorado_dorislessing

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—He venido a esta hora tan poco correcta porque quería pasar la noche<br />

aquí. He estado en <strong>el</strong> albergue, que siempre, en todas las ciudades, es mi sitio<br />

menos favorito, y me he tomado la libertad de traer la maleta. Mi transparente<br />

astucia ha hecho que la dejara fuera, junto a la puerta.<br />

—Pues éntrala.<br />

Bajó a recoger la maleta. Mientras, Anna fue a la habitación grande, en<br />

busca de sábanas para la cama. Entró en <strong>el</strong>la sin pensar; pero, cuando le oyó<br />

cerrar la puerta, se quedó h<strong>el</strong>ada al comprender que <strong>el</strong> cuarto debía de ofrecer un<br />

aspecto muy raro. El su<strong>el</strong>o era un mar de diarios y revistas; las paredes aparecían<br />

empap<strong>el</strong>adas con recortes; la cama estaba sin hacer. Se volvió hacia él, con las<br />

sábanas y la funda de la almohada, diciendo:<br />

—Si pudieras hacerte la cama...<br />

Pero él se encontraba ya en la habitación, examinándola desde detrás de sus<br />

gafas con una expresión de astucia. Luego se sentó sobre la mesa de caballete,<br />

donde estaban los <strong>cuaderno</strong>s, balanceando las piernas. La miró a <strong>el</strong>la (que se vio a<br />

sí misma, metida en una bata roja descolorida, y con <strong>el</strong> p<strong>el</strong>o cayéndole en<br />

mechones estirados alrededor de la cara, sin arreglar), a las paredes, al su<strong>el</strong>o y a la<br />

cama. Luego exclamó, con una voz que pretendía sonar escandalizada:<br />

—¡Jesús!<br />

Pero por la cara se le veía interesado.<br />

—Me han dicho que eres de izquierdas —prorrumpió Anna, suplicante, e<br />

interesada al ver que lo había dicho instintivamente, para explicar <strong>el</strong> confuso<br />

desorden.<br />

—De marca, de la posguerra.<br />

—Esperaba que dijeras: «Yo y los otros tres socialistas de los Estados Unidos<br />

vamos a...».<br />

—Los otros cuatro. —Se acercó a una pared como si la acechara, se quitó las<br />

gafas para mirar al pap<strong>el</strong> (descubriendo unos ojos abrumados por la miopía), y<br />

volvió a exclamar—: ¡Jesús!<br />

Volvió a calarse las gafas cuidadosamente y dijo:<br />

—Una vez conocí a uno que era corresponsal periodístico de primera<br />

categoría. Por si, como sería muy natural, quisieras saber qué r<strong>el</strong>ación tuvo<br />

conmigo, te diré que para mí fue como un padre. Era rojo. Luego, por una serie de<br />

cosas que pudieron más que él... Sí, ésta es una buena manera de explicarlo...<br />

Bueno, pues hace tres años que está metido en un piso sin agua caliente, en Nueva<br />

York, con las cortinas corridas y leyendo periódicos todo <strong>el</strong> día. Los periódicos están<br />

amontonados y llegan hasta <strong>el</strong> techo. El su<strong>el</strong>o libre se le ha reducido a, digamos, un<br />

espacio conservador, es decir, no más de dos metros cuadrados. Antes de la<br />

invasión periodística era un piso grande.<br />

—Mi manía sólo dura desde hace unas pocas semanas.<br />

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