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el-cuaderno-dorado_dorislessing

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ocurrírseme. ¡Qué poco imaginaba yo que se creía que «<strong>el</strong> mismísimo Partido», y<br />

desde <strong>el</strong> propio Moscú, le llamaba para que le ayudara a salir de la situación! En fin,<br />

para acortar la historia te diré que nos marchamos a Moscú:¡treinta f<strong>el</strong>ices<br />

maestros británicos! Y <strong>el</strong> más f<strong>el</strong>iz de todos, <strong>el</strong> pobre Harry, que había abarrotado<br />

todos los bolsillos de su túnica militar con documentos y pap<strong>el</strong>es. Cuando llegamos<br />

a Moscú tenía un aire devoto y expectante. Era amable con todos nosotros, lo cual<br />

atribuíamos, caritativamente, al hecho de que nos despreciaba por nuestras vidas<br />

comparativamente frívolas, aunque no se decidiese a rev<strong>el</strong>arlo. Además, la mayoría<br />

éramos ex stalinistas, y no se puede negar que más de un ex stalinista siente una o<br />

dos punzadas de mala conciencia cuando se encuentra con trotskistas. Pero, en<br />

fin... La d<strong>el</strong>egación prosiguió su floreado camino, visitando fábricas, escu<strong>el</strong>as,<br />

palacios de cultura y la universidad, para no mencionar todos los discursos y<br />

banquetes. Y Harry, con su túnica, su pata coja y su seriedad revolucionaria, que<br />

parecía más la viva encarnación de Lenin que un maestro inglés... Pese a todo, los<br />

estúpidos rusos no llegaron a reconocer tan manifiesta identificación. Le adoraron,<br />

naturalmente, por su solemne seriedad; pero más de una vez preguntaron por qué<br />

Harry llevaba aqu<strong>el</strong> ropaje tan extraño, e incluso —si no recuerdo mal— si se debía<br />

a alguna pena escondida. Con todo esto habíamos reanudado nuestra amistad y por<br />

la noche acostumbrábamos a charlar, sobre materias diversas, en nuestras<br />

habitaciones. Noté que me miraba con creciente desconcierto, que se iba excitando,<br />

pero no me di cuenta de lo que tramaba en su fuero interno. Bueno, la última<br />

noche de nuestra estancia allí estábamos invitados a un banquete ofrecido por una<br />

organización de maestros. Harry no quiso ir. Dijo que se sentía algo mal. Fui a<br />

verle, a la vu<strong>el</strong>ta, y le encontré sentado en un sillón junto a la ventana, con la pata<br />

coja estirada. Se levantó para saludarme, radiante. Luego vio que no venía nadie<br />

conmigo, y aqu<strong>el</strong>lo para él fue un duro golpe; de eso sí que me di cuenta. Me<br />

preguntó si le habían invitado a la d<strong>el</strong>egación puramente porque se me ocurrió a mí<br />

al encontrarle por la calle... Por poco me pega. Te lo juro, Anna, en <strong>el</strong> instante en<br />

que lo comprendí, deseé haberme inventado una historia cualquiera sobre que<br />

«Jruschov en persona», etc. Él no hacía más que repetirme, una y otra vez:<br />

«Jimmy, debes decirme la verdad. Me invitaste tú, ¿no es cierto Fue sólo idea<br />

tuya...». En <strong>el</strong> fondo, fue terrible. Bueno, pues de pronto entró <strong>el</strong> intérprete para<br />

ver si necesitábamos algo y para despedirse, pues a la mañana siguiente no podría<br />

hacerlo. Era una chica de unos veinte o veintidós años, un verdadero encanto, con<br />

largas trenzas doradas y ojos grises: te juro, Anna, que todos los hombres de la<br />

d<strong>el</strong>egación estaban enamorados de <strong>el</strong>la. Se caía de cansancio, porque no es<br />

ninguna broma hacer de niñera de treinta maestros británicos durante dos semanas<br />

por todos aqu<strong>el</strong>los palacios y escu<strong>el</strong>as. Pero, de repente, Harry comprendió que<br />

aquélla era su última oportunidad. Cogió una silla y dijo: «Camarada Olga,<br />

siéntese, por favor». Sin permitir discusión. Yo sabía lo que iba a ocurrir, porque ya<br />

había empezado a sacarse tesis y documentos de todos los bolsillos, ordenándolos<br />

encima de la mesa. Traté de impedírs<strong>el</strong>o, pero él me señaló tranquilamente la<br />

puerta. Cuando Harry te señala la puerta, no puedes hacer otra cosa que<br />

marcharte. Bueno, me fui a mi cuarto, me senté y me puse a fumar, esperando.<br />

Todo esto ocurría hacia la una de la mañana. Teníamos que levantarnos a las seis<br />

para que nos llevaran al aeropuerto a las siete. A las seis entró Olga, pálida de<br />

cansancio y definitivamente desconcertada. Sí, ésta es la palabra, desconcertada.<br />

Me dijo: «He venido a comunicarle que me parece debería prestar atención a su<br />

amigo Harry, creo que no se encuentra bien, que está demasiado excitado». En fin,<br />

le conté a Olga toda su historia de la guerra española y sus actos heroicos —debo<br />

confesar que inventé dos o tres de más— y <strong>el</strong>la dijo: «Sí, se ve en seguida que es<br />

un hombre estupendo». Luego, casi se le desencajó la mandíbula con un bostezo y<br />

se fue a la cama, porque al día siguiente debía empezar a trabajar con otra<br />

d<strong>el</strong>egación de curas escoceses amantes de la paz. Poco después se presentó Harry.<br />

Estaba tan desvaído que parecía un fantasma. Los más firmes cimientos de su vida<br />

se habían derretido. Me contó lo sucedido, a la vez que yo trataba de darle prisa,<br />

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