09.02.2015 Views

el-cuaderno-dorado_dorislessing

el-cuaderno-dorado_dorislessing

el-cuaderno-dorado_dorislessing

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

cada una de <strong>el</strong>las. La madera de los travesaños era de acacia y desprendía cierto<br />

olorcillo amargo, que cambiaba de aroma según fuera <strong>el</strong> aire seco o húmedo. En un<br />

extremo, sobre una tarima, se encontraba un piano de cola, mientras que en <strong>el</strong> otro<br />

había una radiogramola con un montón de discos. Las paredes de los lados tenían<br />

doce ventanas, las unas abiertas a los montículos de guijarros de granito de detrás<br />

de la estación, y las otras al campo abierto y a las montañas azules.<br />

Johnnie estaba en un extremo, tocando <strong>el</strong> piano, con Stanley Lett y Ted. No<br />

parecía darse cuenta de la presencia de ninguno de los dos. Encogía los hombros y<br />

golpeaba los pies al ritmo d<strong>el</strong> jazz, con su cara bastante gruesa, sin ninguna<br />

expresión, como si tuviera los ojos clavados en las montañas. A Stanley no le<br />

importaba la indiferencia de Johnnie, pues su amigo era como <strong>el</strong> pase para las<br />

comidas o la invitación para las fiestas donde Johnnie tocaba. No trataba de ocultar<br />

la razón por la que iba con Johnnie: era <strong>el</strong> bribón más descarado que imaginarse<br />

pueda. A cambio, él procuraba que Johnnie tuviera «preparado» un buen surtido de<br />

cigarrillos, cerveza y chicas, todo <strong>el</strong>lo gratis. He dicho que era un bribón, pero es<br />

absurdo. Era una persona que había comprendido desde <strong>el</strong> principio que existía una<br />

ley para <strong>el</strong> rico y otra para <strong>el</strong> pobre. Para mí esto no era más que una teoría; no lo<br />

experimenté de verdad hasta mucho tiempo después, cuando viví en una zona<br />

obrera de Londres. Entonces comprendí a Stanley Lett. Sentía <strong>el</strong> más profundo e<br />

instintivo desprecio hacia la ley; en suma, hacia <strong>el</strong> Estado d<strong>el</strong> que tanto<br />

hablábamos nosotros. Quizá por eso Ted tramaba intrigas con él, y acostumbraba a<br />

decirnos:<br />

—¡Es tan int<strong>el</strong>igente! —dando a entender que si fuera utilizada su<br />

int<strong>el</strong>igencia se la podría hacer trabajar para la causa.<br />

Supongo que Ted no se equivocaba mucho. Hay un tipo de líder sindical que<br />

es como Stanley: duro, con dominio, eficiente, sin escrúpulos. Jamás sorprendía a<br />

Stanley fuera de un muy astuto control sobre sí mismo, que usaba como un arma<br />

para sacarle al mundo todo lo que pudiera, sobreentendiendo que <strong>el</strong> mundo estaba<br />

organizado para <strong>el</strong> lucro de otros. Daba miedo. Al menos me daba miedo a mí, con<br />

aqu<strong>el</strong> aspecto de mole, aqu<strong>el</strong>los rasgos duros y bien definidos y aqu<strong>el</strong>la mirada fría<br />

y gris. ¿Cómo toleraba al ferviente e idealista Ted Me parece que no era por lo que<br />

pudiera sacarle, sino porque estaba de veras conmovido de que Ted, «un muchacho<br />

con becas», todavía se preocupara de los de su clase social, y al mismo tiempo<br />

porque le creía loco. Decía:<br />

—Mira, amigo, tú has tenido suerte; tienes más cabeza que nosotros. Saca<br />

provecho de tu suerte y no te metas en tonterías, A los trabajadores no les importa<br />

nada fuera de sí mismos. Tú lo sabes. Yo también lo sé.<br />

—¡Pero, Stan! —replicaba Ted con los ojos brillantes, agitando su p<strong>el</strong>o negro<br />

de un lado a otro de la cabeza—. Mira, Stan, si un número suficiente de los<br />

nuestros se preocupara de los otros, podríamos cambiarlo todo... ¿Es que no te das<br />

cuenta<br />

Stanley incluso leía los libros que Ted le daba, y se los devolvía diciendo:<br />

—No tengo nada en contra. Buena suerte; eso es todo lo que puedo decirte.<br />

Aqu<strong>el</strong>la mañana, Stanley había cubierto la parte superior d<strong>el</strong> piano con<br />

hileras de vasos de cerveza. En un rincón aparecía una caja llena de bot<strong>el</strong>las.<br />

Alrededor d<strong>el</strong> piano <strong>el</strong> aire era denso. Los tres hombres estaban separados d<strong>el</strong> resto<br />

de la habitación por una niebla de humo atravesada por los dest<strong>el</strong>los d<strong>el</strong> sol.<br />

Johnnie tocaba y tocaba y tocaba, sin darse cuenta de nada. Ted iba suspirando,<br />

109

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!