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el-cuaderno-dorado_dorislessing

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Sus ojos se s<strong>el</strong>laron, mientras sus pestañas temblaban y quedaban<br />

inmóviles. Incluso dormido causaba impresión: era un chico de cuatro años, de<br />

cuerpo cuadrado y recio. En la penumbra, su cab<strong>el</strong>lo rojizo, sus pestañas y <strong>el</strong><br />

finísimo v<strong>el</strong>lo que le cubría <strong>el</strong> antebrazo despedían un brillo <strong>dorado</strong>. Tenía la pi<strong>el</strong><br />

morena y r<strong>el</strong>uciente d<strong>el</strong> verano. Ella apagó silenciosamente las luces y esperó.<br />

Luego, fue a la puerta y se detuvo, se deslizó fuera de la habitación y aguardó...<br />

Pero no oyó nada. Julia subió con viveza la escalera, preguntando con voz alegre y<br />

despreocupada:<br />

—Bueno, ¿vas a ir<br />

—¡Chist! Micha<strong>el</strong> acaba de dormirse.<br />

Julia bajó la voz y dijo:<br />

—Ahora ve y báñate. Yo lo haré con toda calma cuando te hayas marchado.<br />

—¡Pero si ya te he dicho que no voy! —exclamó Ella, un poco irritada.<br />

—¿Por qué no —inquirió Julia, pasando a la habitación más espaciosa d<strong>el</strong><br />

piso, que tenía dos habitaciones y una cocina. Era un piso bastante pequeño, en<br />

conjunto, y de techo bajo, pues estaba debajo d<strong>el</strong> tejado. La casa era de Julia, y<br />

Ella vivía allí con su hijo Micha<strong>el</strong>. La habitación más grande, con alcoba, tenía una<br />

cama, libros y unas cuantas reproducciones. Era clara y luminosa, pero también<br />

bastante común o anónima. Ella no había hecho ningún esfuerzo para darle un<br />

carácter personal, pues le inhibía <strong>el</strong> hecho de que la casa fuese de Julia, como<br />

también los muebles y todo lo demás. En algún momento d<strong>el</strong> futuro, le esperaba su<br />

gusto personal, o al menos esto era lo que sentía. No obstante, le agradaba vivir<br />

allí y no proyectaba cambiar. Ella siguió a Julia y dijo:<br />

—No tengo ganas.<br />

—Nunca tienes ganas —replicó Julia.<br />

Había ocupado un sillón excesivamente grande para aqu<strong>el</strong>la habitación, y<br />

fumaba. Julia era gruesa, achaparrada, vital, enérgica y judía. Actriz de profesión,<br />

no había llegado muy lejos: sólo interpretaba, con eficacia, eso sí, pap<strong>el</strong>es<br />

menores. Pertenecían a dos tipos distintos, según la propia Julia decía, quejándose:<br />

—El gracioso común de la clase obrera y <strong>el</strong> inf<strong>el</strong>iz común de la clase obrera.<br />

Había empezado a trabajar en la t<strong>el</strong>evisión. Estaba profundamente<br />

insatisfecha de sí misma.<br />

Al reprocharle que nunca tenía ganas, se quejaba en parte de Ella y en parte<br />

de sí. Estaba siempre dispuesta a salir; era incapaz de rechazar una invitación.<br />

Decía que, incluso cuando trabajaba en algún pap<strong>el</strong> que despreciaba, lo cual la<br />

llevaba a odiar la obra y a preferir no tener nada que hacer en <strong>el</strong>la, incluso<br />

entonces gozaba de lo que <strong>el</strong>la denominaba «pavonearse». Adoraba los ensayos,<br />

los círculos teatrales y las habladurías.<br />

Ella trabajaba en una revista femenina. Durante tres años había escrito<br />

artículos sobre vestidos y maquillaje, así como también sobre <strong>el</strong>-modo-de-seguir-yconservar-a-un-hombre,<br />

y odiaba este trabajo. No tenía aptitudes para <strong>el</strong>lo. La<br />

hubieran despedido si no hubiese sido amiga de la directora. Pero, desde hacía<br />

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