09.02.2015 Views

el-cuaderno-dorado_dorislessing

el-cuaderno-dorado_dorislessing

el-cuaderno-dorado_dorislessing

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

olso y los disimulo debajo de un pañu<strong>el</strong>o, cada vez más irritada. Al mismo tiempo,<br />

me digo que si no hubiera notado que me había empezado la regla no me sentiría<br />

tan irritada. Pero, de todos modos, tengo que dominarme antes de ir al trabajo,<br />

porque si no me encontraré de muy mal humor en <strong>el</strong> despacho. Más vale que coja<br />

un taxi, así todavía me sobrarán diez minutos. Tomo asiento y trato de calmarme,<br />

pero estoy demasiado tensa. Busco maneras de r<strong>el</strong>ajar la tensión. En <strong>el</strong> repecho de<br />

la ventana hay media docena de macetas con enredaderas y una planta de un gris<br />

verdoso cuyo nombre ignoro. Tomo las seis macetas y las llevo a la cocina. Las<br />

sumerjo, una a una, en una vasija llena de agua, observando las burbujas que <strong>el</strong>lo<br />

provoca en <strong>el</strong> líquido. Las hojas brillan. La tierra hu<strong>el</strong>e a humedad fértil. Me siento<br />

mejor. Pongo las macetas otra vez en <strong>el</strong> repecho de la ventana para que tomen <strong>el</strong><br />

sol, si es que sale. Cojo <strong>el</strong> abrigo y bajo las escaleras corriendo. Me cruzo con<br />

Molly, que está medio dormida, en bata.<br />

—¿Dónde vas tan aprisa —me pregunta.<br />

—¡Llego tarde! —respondo gritando.<br />

Noto <strong>el</strong> contraste entre su voz, gruesa, perezosa y sin prisas, y la mía,<br />

tensa. No encuentro ningún taxi antes de la parada, y como se acerca un autobús,<br />

monto en él en <strong>el</strong> preciso instante en que empiezan a caer gotas. Las medias se me<br />

han manchado de barro: tengo que acordarme de cambiárm<strong>el</strong>as esta noche, pues<br />

Micha<strong>el</strong> se fija mucho en esta clase de detalles. Entonces, sentada en <strong>el</strong> autobús,<br />

siento <strong>el</strong> dolor difuso en <strong>el</strong> vientre. No es nada fuerte. Bien, si la primera punzada<br />

es floja, eso quiere decir que no va a durar más que un par de días. ¿De qué me<br />

quejo cuando sé que, comparada con otras mujeres, sufro muy poco Molly, por<br />

ejemplo, se pasa cinco o seis días gimiendo y quejándose de un dolor no d<strong>el</strong> todo<br />

desagradable. Me doy cuenta de que mi mente ha vu<strong>el</strong>to a encajar en <strong>el</strong> engranaje<br />

de los asuntos cotidianos, de las cosas que tengo que hacer hoy en r<strong>el</strong>ación con <strong>el</strong><br />

trabajo d<strong>el</strong> despacho. A la vez, me preocupa este asunto de tener que fijarme en<br />

todo para escribirlo después, especialmente por lo que respecta a la regla. Porque,<br />

en cuanto a mí, <strong>el</strong> hecho de tener la regla no es más que entrar en un determinado<br />

estado emocional, que se repite con regularidad y que no tiene ninguna<br />

importancia. Pero sé, al escribir la palabra «sangre», que adquirirá un sentido<br />

inadecuado, incluso para mí, cuando r<strong>el</strong>ea lo que he escrito. y, por lo tanto,<br />

empiezo a tener dudas sobre <strong>el</strong> valor de anotar un día entero, antes de haber<br />

empezado a anotarlo. En realidad, estoy tocando un punto muy importante d<strong>el</strong><br />

estilo literario, una cuestión de tacto. Por ejemplo, cuando James Joyce describe a<br />

su personaje durante <strong>el</strong> acto de defecar, leerlo fue como un choque, algo chocante<br />

de verdad. A pesar de que su intención era desnudar las palabras, para que no<br />

chocara. Y hace poco he leído en un comentario que un hombre decía que le<br />

repugnaba la descripción de una mujer defecando. Me molestó. La razón,<br />

naturalmente, era que <strong>el</strong> hombre no quería que le destruyeran su idea romántica<br />

de la mujer, que se la hicieran menos romántica. Pero, a pesar de esto, tenía<br />

razón. Porque caigo en la cuenta de que, básicamente, no es un problema literario.<br />

En absoluto. Por ejemplo, cuando Molly me dice, riéndose estrepitosamente, a su<br />

manera, «tengo <strong>el</strong> mes», al instante debo dominar mi desagrado, a pesar de que<br />

las dos somos mujeres, y empiezo a pensar en la posibilidad de los malos olores. Al<br />

pensar en mi reacción hacia Molly, olvido mis problemas de sinceridad literaria (que<br />

no es más que ser sincera acerca de mí misma) y empiezo a preocuparme: ¿hu<strong>el</strong>o<br />

mal Es <strong>el</strong> único olor de los que conozco que me desagrada. No me molestan los<br />

olores inmediatos de mis propios excrementos, y los d<strong>el</strong> sexo, <strong>el</strong> sudor, la pi<strong>el</strong> o <strong>el</strong><br />

p<strong>el</strong>o me gustan. Pero <strong>el</strong> olor ligeramente dudoso, esencialmente rancio de la sangre<br />

menstrual, lo detesto. Y me resiento de <strong>el</strong>lo. Es un olor que me parece raro incluso<br />

cuando viene de mí; es como una imposición de fuera, que no procede de mí. Sin<br />

embargo, durante dos días tengo que enfrentarme con esta cosa de fuera, con un<br />

mal olor que sale de mí. Me doy cuenta de que todo esto no lo hubiera pensado si<br />

297

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!