09.02.2015 Views

el-cuaderno-dorado_dorislessing

el-cuaderno-dorado_dorislessing

el-cuaderno-dorado_dorislessing

SHOW MORE
SHOW LESS

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

alternativamente, por <strong>el</strong> alma política de Stanley y por <strong>el</strong> alma musical de Johnnie.<br />

Como ya he dicho, Ted había aprendido música solo y no sabía tocar, pero<br />

tarareaba fragmentos de Prokofiev, Mozart o Bach, con la cara atormentada de<br />

impotencia, y así hacía que Johnnie los tocara. Johnnie interpretaba cualquier cosa<br />

de oído, tocaba las m<strong>el</strong>odías a la vez que Ted las tarareaba, y sin dejar de rozar <strong>el</strong><br />

teclado con su mano izquierda, en un peculiar movimiento de impaciencia. En<br />

cuanto la fuerza hipnótica de la atención de Ted disminuía, la mano izquierda<br />

empezaba a producir un ritmo sincopado, y luego las dos manos se encrespaban en<br />

un arranque frenético de jazz, mientras Ted sonreía, daba cabezadas y suspiraba,<br />

tratando de intercambiar una mirada de resignación irónica con Stanley. Pero<br />

Stanley le devolvía la mirada sólo en señal de compañerismo, pues no tenía oído<br />

para la música.<br />

Los tres se pasaron <strong>el</strong> día junto al piano.<br />

En <strong>el</strong> salón había unas doce personas, pero como era tan grande, parecía<br />

vacío. Maryrose y Jimmy estaban colgando guirnaldas de pap<strong>el</strong> en los travesaños<br />

oscuros, subidos en sendas sillas y ayudados por una docena de aviadores que<br />

habían acudido en tren desde la ciudad al saber que Stanley y Jimmy se<br />

encontraban allí. June Boothby estaba en <strong>el</strong> antepecho de una ventana, inmersa en<br />

sus sueños íntimos; cuando le pidieron que fuera a ayudar, meneó lentamente la<br />

cabeza y la volvió hacia la ventana para mirar las montañas. Paul permaneció con<br />

<strong>el</strong> grupo que trabajaba durante un rato, y luego se llegó a donde estaba yo, junto a<br />

la ventana, después de haberse servido de la cerveza de Stanley.<br />

—¿No es triste este espectáculo, Anna —dijo Paul, señalando al grupo de<br />

jóvenes que rodeaba a Maryrose—. Míralos, cada uno de <strong>el</strong>los es como un perro<br />

sediento de sexo, y <strong>el</strong>la, hermosa como <strong>el</strong> día, sin pensar en nadie más que en su<br />

hermano muerto. Y Jimmy, junto a <strong>el</strong>la y pensando sólo en mí. De vez en cuando,<br />

me digo que debiera acostarme con él. ¿Por qué no ¡Le haría tan f<strong>el</strong>iz! Pero la<br />

verdad es que, fatalmente, he empezado a reconocer que, después de todo, no soy<br />

homosexual. Nunca lo he sido, ¿sabes Entonces, ¿por quién suspiro, echado en mi<br />

lecho solitario ¿Suspiro por Ted ¿Tal vez por Jimmy ¿O quizá por alguno de los<br />

gallardos héroes que me rodean constantemente ¡De ningún modo! Suspiro por<br />

Maryrose. Y suspiro por ti. Preferentemente las dos por separado, claro.<br />

George Hounslow entró en la sala y fue directamente hacia donde se hallaba<br />

Maryrose, subida todavía a la silla y rodeada por sus galanes, que se dispersaron<br />

en todas direcciones al acercarse él.<br />

De repente, sucedió algo aterrador. El trato de George con las mujeres<br />

carecía de gracia, resultaba demasiado humilde. A veces, llegaba a tartamudear.<br />

(Aunque cuando tartamudeaba siempre parecía que lo hacía adrede.) Pero fijaba<br />

sus profundos y negros ojos en las mujeres, con un ahínco casi dominador. Sin<br />

embargo, su trato seguía siendo humilde, como si se disculpara. Las mujeres se<br />

aturdían, se enojaban o se echaban a reír de puro nerviosismo. Naturalmente, él<br />

era un sensual. Con eso quiero decir un sensual auténtico, no uno de esos que lo<br />

hacen ver por una u otra razón, como hay tantos. Era un hombre que sentía una<br />

necesidad auténtica y muy grande de mujeres. Esto lo digo porque no quedan<br />

muchos hombres así, al menos entre los civilizados, entre los cariñosos y<br />

asexuados hombres de nuestra civilización. George necesitaba que una mujer se le<br />

sometiera, necesitaba que una mujer estuviera físicamente bajo su hechizo. Los<br />

hombres ya no pueden dominar a las mujeres de esta manera sin sentirse<br />

culpables. O, por lo menos, muy pocos de entre <strong>el</strong>los. Cuando George miraba a una<br />

mujer imaginaba cómo sería después de haber fornicado con <strong>el</strong>la hasta dejarla<br />

insensible. Y tenía miedo de que se le notara en la mirada. Entonces yo no lo<br />

110

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!