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De una guerra a una intervención (1898-1954)<br />

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y recompensará con generosidad. Por ejemplo: si el tiburón dispara,<br />

recogerás las cápsulas vacías; si se baña, le acercarás el jabón y la esponja;<br />

si resuelve escribir, le secarás la tinta; si perora ante el público,<br />

lo aplaudirás antes que nadie… Si el tiburón delinque, servirás como<br />

testigo de su inocencia. Persuadirás a tus compañeras sardinas para<br />

que hagan con el tiburón la misma amistad que tú, y llevarás buena<br />

nota de aquellas que murmuran o blasfeman. Si los otros escualos o<br />

los otros cetáceos, conspiran, allí se te depara la honrosa oportunidad<br />

de ser delatora” (Arévalo, 1965: 23-24).<br />

El mensaje proseguía en su labor de quitarle dramatismo a la<br />

manifiesta asimetría: “Como lo ves, sardina, el destino te reserva la<br />

gloria de servir, de bien servir, de todo servir, de más servir, de siempre<br />

servir a este gigante del mar, otrora criminal y bandolero… hoy<br />

convertido a la religión del Derecho” (Arévalo, 1965: 24).<br />

La “farsa” del panamericanismo<br />

El libro de Arévalo abordaba con no menor lucidez la “farsa”<br />

del panamericanismo y el significado de los “tratados”. Respecto a<br />

estos y siguiendo el tono fabulado con el que explicitaba su visión<br />

del ordenamiento jurídico, panamericano primero e interamericano<br />

más tarde, el personaje describía que el Derecho, más allá de sus<br />

“verbosidades”, necesitaba de pactos escritos pues “prefiere las palabras<br />

grabadas en piedra” (Arévalo, 1965: 25). Aquello, en suma,<br />

requería de “testigos de ley, aptos para la mentira”. Pero Méduso no<br />

actuaba por sí sólo, Neptuno lo había “mandado” a que los invitase<br />

a concretar un “tratado de paz y amistad”. “Una vez que pongas tu<br />

firma, tiburón, tendrás el perdón por todas las hecatombes que has<br />

producido”. Y volviéndose a la sardina le dijo: “una vez puesta tu<br />

firma, sardina, tendrás la paz y la seguridad que jamás conociste,<br />

cubierta de tu poderoso aliado…”.<br />

Fue entonces que, sin perder ni un instante, Méduso hizo “aparecer”<br />

los elementos necesarios para “la redacción y firma”. “Embaucados”<br />

todos con su retórica y rodeados de “curiosos”, el acto<br />

se concretó: “un Tratado de paz y amistad, libre navegación, mutua

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