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De Chávez a nuestros días<br />

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entonces, por qué el proceso electoral, constituyente y refundacional<br />

iniciado en 1999 se planteó para Chávez como un dilema éticopolítico<br />

que puso frente a frente, de un lado, a quienes promovían la<br />

continua desnacionalización, transculturización y dependencia del<br />

país y, del otro, a quienes buscaban contribuir a la promoción de un<br />

programa que defendiera la cultura, los valores democráticos y los<br />

intereses colectivos del “alma nacional”: “Aquí estamos nosotros, los<br />

verdaderos bolivarianos; y allá está la burguesía anti-bolivariana,<br />

enemiga de Bolívar y del proyecto bolivariano” (Chávez, 2012).<br />

El antiimperialismo de Chávez nace, por lo tanto, del profundo<br />

rechazo generado por el accionar de los diversos programas “desnacionalizadores”.<br />

Pero, también, de la genuina convicción de que<br />

en la sociedad existe un componente popular y patriótico, capaz de<br />

luchar por la unidad, la soberanía y la liberación nacionales. “Todos<br />

estos planes –ayer ‘El Gran Viraje’; hoy ‘La Agenda Venezuela’–<br />

se basan en la tradicional visión fragmentaria y simplificadora<br />

que pretende dividir en partes una realidad que ha demostrado con<br />

creces no tolerar tal descuartizamiento” (Chávez, 2014: 9). Esta narrativa<br />

se asienta en un enfoque esencialista de los pueblos latinoamericanos.<br />

Como ha sido usual en los liderazgos nacional populares,<br />

Chávez percibe al heterogéneo “bajo pueblo” venezolano como<br />

depositario de la “auténtica identidad nacional” y como poseedor<br />

genuino de la soberanía política. Sin embargo, a diferencia de los<br />

enfoques nacionalistas excluyentes, Chávez inscribe la identidad<br />

local dentro de un código de pertenencia regional, convocando al<br />

pueblo venezolano a abanderar el destino bolivariano de la integración<br />

latinoamericana.<br />

No debería extrañar, entonces, que el ciclo político inaugurado<br />

con la protesta social de 1989 y culminado en la movilización electoral<br />

de 1998, fuese interpretado como el despertar nacional (en<br />

Harnecker, 2002: 76) de un amanecer continental (y mundial) nacional-popular<br />

(Chávez, 2006c); como el parte aguas de una época<br />

que anunciaba –contrariamente a lo sustentado por los promotores<br />

del “fin de la historia”– la crisis definitiva del “modelo económico<br />

dependiente” y el resurgir del proyecto hemisférico formulado por<br />

los próceres de la independencia regional:

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