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De Chávez a nuestros días<br />

377<br />

lógicos, del debacle de los países comunistas, del ascenso de los enfoques<br />

académicos posmodernistas, de la crisis de los metarrelatos<br />

socialistas y de la hegemonía de los postulados (neo)liberales en lo<br />

político y económico, los años noventa del siglo XX se presentaron<br />

como el término de las luchas ideológicas y como el advenimiento<br />

de un tiempo histórico caracterizado por “el fin de la historia”.<br />

La consecuencia ideológica más importante de este período fue<br />

la de cerrar un axioma heurístico de la modernidad: la posibilidad<br />

de proyectar y pensar realidades sociales alternas (Jofré, 2008: 103).<br />

Fue Francis Fukuyama quien popularizó la idea de que la crisis de<br />

los socialismos reales conducía al triunfo irreversible de los valores<br />

liberales y a la consumación de un único destino civilizatorio: la<br />

sociedad de mercado en clave neoconservadora y neoliberal. Por<br />

lo mismo, resulta llamativo y en cierto modo paradójico que en un<br />

país presentado por entonces como paradigma de estabilidad institucional,<br />

democracia consolidada y modernización social basada<br />

en imitar las pautas de vida estadounidense, surgiese una crítica sociopolítica<br />

capaz de articular una poderosa movilización nacional<br />

popular y de alimentar un influyente discurso antineoliberal, antiglobalización<br />

y antiimperialista.<br />

Tal paradoja tiene sus explicaciones. A diferencia de otras sociedades<br />

que habían resentido los efectos de la crisis del desarrollismo<br />

y de las políticas nacional populares, “los venezolanos estaban<br />

alineados de manera muy particular a la idea de la intervención del<br />

Estado en la economía y al nacionalismo económico”. Además,<br />

“[el] periodo venezolano de tendencias pro-izquierda de los años<br />

70, que incluyó reformas sociales costosas y la nacionalización de<br />

las industrias claves, no produjo ni inflación incontrolable ni agitación<br />

social, y tampoco condujo a un golpe militar. De hecho, estas<br />

medidas no quedaron desacreditadas. [En consecuencia], Venezuela<br />

no se enfrentó a la secuencia que sirvió de argumento en contra<br />

del intervencionismo de Estado de estilo ‘populista’ y a favor de las<br />

políticas neoliberales implementadas en otros países del continente”<br />

(Ellner, 2004: 42).<br />

El diagnóstico relegitimador de las aspiraciones programáticas<br />

desarrollistas y nacional populares fue correlativo a la configuración

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