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184 Kozel, Grossi, Moroni (coords.) / El imaginario antiimperialista en <strong>América</strong> <strong>Latina</strong><br />

defensa e hipoteca mutua entre la fiera de los mares, el tiburón, y la<br />

princesa…sardina”.<br />

Cuando lo de hipotecarse apareció, la sardina “saltó alarmada”<br />

ante las risas del público. Se permitió entonces, “previas disculpas…<br />

a los pies de Neptuno”, consultarle “¿Y si el tiburón no cumple lo<br />

pactado, quién me ayuda a capturarlo?”. Fue tratada de “ingenua”<br />

por el sacerdote, quien la consoló diciéndole que, si tanta era su<br />

alarma, cabría fundar “una sociedad panameroceánica de sardinas,<br />

con domicilio en la propia guarida del tiburón”. No fue muy convincente:<br />

“la sardina, compungida, lloraba, confesándose en grave<br />

pecado de duda”. Sin embargo, no había marcha atrás y el “Notario”<br />

continuó con su “sagrada tarea caligráfica” de “largas frases”.<br />

Una nueva discordancia apareció al sellarse la duración: Méduso<br />

propuso “novecientos noventa y nueve años prorrogables a<br />

voluntad del tiburón”. Fue en ese preciso instante que la sardina<br />

interrumpió: ella vivía muy “pocos años”. Igualmente, la suerte estaba<br />

echada. Para el “profeta” los “actos jurídicos” con el tiburón<br />

“son válidos más allá de su vida, más allá de la de sus nietos”, “por<br />

los siglos de los siglos”. Por si más precisiones eran necesarias, se<br />

advertía: “Original en inglés, porque es el idioma de los tiburones.<br />

Original en español, porque es el idioma de las sardinas”.<br />

Definitivamente, la “disciplina” del tiburón estaba terminada:<br />

“arrebató su copia, antes que se la dieran, y salió intempestivamente,<br />

sin avisar ni despedirse, refunfuñando...contra el Profeta, contra<br />

el Derecho, y amenazando de muerte a la sardina ‘para cuando la<br />

encontrara sola’…” (Arévalo, 1965: 31). Mientras, la sardina quedó<br />

“alegre y optimista”, “leyendo y releyendo el texto mágico”, aprendiendo<br />

con “alborozo de escolares, los extraños términos y la nueva<br />

gramática”: “La sardina, encantada con su tratado-hipoteca, no<br />

termina de maravillarse por aquel despliegue que a ratos parecía<br />

algarabía de bodas, y a ratos suntuosa ceremonia de entierro” (Arévalo,<br />

1965: 32).<br />

El acto, una vez consumado, necesitaba, como última cuestión,<br />

publicidad. Nuevamente, la fina ironía decía presente:<br />

“Cangrejos periodistas vendieron la noticia, estampada en la primera<br />

página de sus almanaques… ¡Un tratado de noble amistad e hipoteca

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