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16 a 20 - Weblog de Francesc Martínez Mateo

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Benigno podía ser comprendido en alguno <strong>de</strong> ellos; pero Romo tranquilizaba a las dos<br />

señoras, diciéndoles:<br />

-Eso corre <strong>de</strong> mi cuenta. D. Benigno vendrá; en caso que la Superinten<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong><br />

policía tenga algún escrúpulo, le purificaremos y... Santas Pascuas.<br />

En efecto, una mañana <strong>de</strong>l mes <strong>de</strong> Agosto hallábase D.ª Robustiana en el mostrador<br />

midiendo algunas varas <strong>de</strong> puntilla, cuando vio que oscurecía la luz <strong>de</strong> la puerta un<br />

objeto, un bulto, un cuerpo, un hombre, ¡D. Benigno!... Cayósele <strong>de</strong> las manos la vara<br />

<strong>de</strong> medir, y dando un grito, extendió los macizos brazos por encima <strong>de</strong>l mostrador.<br />

Cor<strong>de</strong>ro, a quien la emoción tenía mudo y aturdido, no acertaba a abrazar a su esposa<br />

convenientemente, hallándose por medio, como guión entre dos letras, la dura tabla <strong>de</strong>l<br />

mostrador, y le dio una cabezada en el pecho. Entonces D.ª Robustiana cogiole con sus<br />

robustas manazas, tiró <strong>de</strong> él suspendiéndole, y D. Benigno quedó <strong>de</strong> rodillas sobre el<br />

mostrador. Su amante esposa le oprimía contra [118] su <strong>de</strong>lantera y así estuvieron largo<br />

rato entre babas y sollozos, hasta que vencida por su sensibilidad que era más fuerte que<br />

ella, cayó redonda al suelo la esposa, como un colchón que recobra su posición natural.<br />

El mancebo corrió en busca <strong>de</strong> un sangrador.<br />

-Esto no es nada -dijo D. Benigno corriendo a <strong>de</strong>sabrochar el corsé <strong>de</strong> su esposa, que<br />

no era tarea <strong>de</strong> un momento-. Robustiana... Robustiana... ¿Y qué tal? ¿Están buenos los<br />

niños? ¿Y Elena?... ¿En dón<strong>de</strong> están mis hijos?<br />

El héroe <strong>de</strong> Boteros se bebía las lágrimas. No tardó la señora en volver <strong>de</strong> su<br />

soponcio, y abrazándose nuevamente ambos, <strong>de</strong>rramaron más lágrimas. D. Benigno dijo<br />

entre pucheros:<br />

-No más política, no más tonterías. La lección ha sido buena. Viva mi familia, que es<br />

lo único que me interesa en el mundo.<br />

Los amigos <strong>de</strong> las tiendas cercanas acudieron a felicitarle; el mancebo corrió a traer a<br />

los chicos que ya habían ido a la escuela, y él, no pudiendo refrenar su impaciente<br />

anhelo <strong>de</strong> ver a Elena, corrió a la calle <strong>de</strong> Coloreros. Por el camino topaba a cada<br />

instante con amigos que le daban la bienvenida, y como casi todos se empeñaban en<br />

manifestarle su gozo con apretones <strong>de</strong> manos, abrazos y otras muestras <strong>de</strong> sensibilidad,<br />

al feliz padre le consumía [119] el <strong>de</strong>sasosiego, y procurando <strong>de</strong>sasirse <strong>de</strong> las amistosas<br />

manos, exclamaba:<br />

-Yo bueno... estoy bien... Hasta luego, señores... Voy a ver a mi hija querida.<br />

Y penetrando en el portal, <strong>de</strong>cía:<br />

-Estará sola la pobrecita... ¡qué alegría tendrá cuando me vea!... ¡Pobre ángel <strong>de</strong> mi<br />

vida!<br />

Subió temblando y al acercarse a la puerta, y cuando alargaba la mano para tomar el<br />

ver<strong>de</strong> cordón <strong>de</strong> la campanilla, sintió una voz <strong>de</strong> hombre que sonaba <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> la casa.<br />

Era una voz agria, bronca, y pronunciaba atropelladamente palabras que no podían<br />

enten<strong>de</strong>rse bien <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la escalera. Luego oyó D. Benigno la voz <strong>de</strong> su hija,<br />

expresándose con agitación. Al buen ciudadano matritense se le heló la sangre en las

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