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16 a 20 - Weblog de Francesc Martínez Mateo

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Sor Teodora echó vino en un vaso. Parecía muy atenta a preparar la medicina, pero<br />

su semblante estaba ceñudo y no indicaba gran tranquilidad en su alma.<br />

-Señora y venerable madre -añadió el herido, tomando su puñal y sus pistolas y<br />

poniéndolos sobre la mesa-. Ahí tiene usted las armas que le han inspirado tanto miedo.<br />

En presencia <strong>de</strong> un ángel <strong>de</strong> bondad me <strong>de</strong>sarmo. Me entrego a usted en cuerpo y alma<br />

y estoy dispuesto a obe<strong>de</strong>cerla. Me someto a su autoridad, y si mi bienhechora se<br />

arrepiente <strong>de</strong> serlo y me <strong>de</strong>nuncia, hágalo en buena hora. ¡Infeliz <strong>de</strong> mí! Antes lo fiaba<br />

todo a mi audacia y al arrojo que me infundía el peligro; ahora lo fío todo a la nobleza y<br />

a la caridad <strong>de</strong> esta dama tan santa como hermosa, que tiene pintada en su semblante la<br />

bondad <strong>de</strong> los ángeles. [<strong>20</strong>6] ¡Bendito sea Dios que me ha traído aquí!<br />

La <strong>de</strong> Aransis <strong>de</strong>jó un momento su obra para recoger las armas y ponerlas en otro<br />

sitio.<br />

-Soy <strong>de</strong> usted -dijo el herido con sumisión-. Mi libertad, mi vida, están en sus divinas<br />

manos.<br />

- XX -<br />

Poco <strong>de</strong>spués los blancos y finísimos <strong>de</strong>dos <strong>de</strong> Teodora se acercaban temblando a la<br />

herida y tocaban sus bor<strong>de</strong>s doloridos. El semblante <strong>de</strong> la religiosa era todo compasión,<br />

y el <strong>de</strong>l aventurero gratitud.<br />

-Esto <strong>de</strong>be lavarse -dijo ella.<br />

Sin <strong>de</strong>tenerse echó agua en una jofaina <strong>de</strong> plata, añadiéndole gotas <strong>de</strong> una esencia<br />

aromática que perfumó la celda. Después <strong>de</strong> lavar la herida aplicó sobre ella el vino que<br />

había batido con aceite y la vendó al fin cuidadosamente.<br />

Clavando sus negros ojos en el herido, señaló la puerta y le dijo:<br />

-Ahora...<br />

-Ahora, sí -repuso él <strong>de</strong> mala gana sin moverse [<strong>20</strong>7] <strong>de</strong> su silla-. Si yo me atreviera<br />

a <strong>de</strong>cir a la señora una cosa...<br />

Hablaba en el tono más humil<strong>de</strong>.<br />

-¿Qué cosa? -preguntó Sor Teodora con severidad.<br />

-Que me muero <strong>de</strong> hambre, señora.<br />

Al <strong>de</strong>cir esto parecía que sus fuerzas se extinguían y que iba a per<strong>de</strong>r el<br />

conocimiento. La monja miró al suelo, luego al intruso, <strong>de</strong>spués a la rica alacena <strong>de</strong> talla<br />

que guardaba tantos tesoros.

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