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16 a 20 - Weblog de Francesc Martínez Mateo

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se distrajese <strong>de</strong> las faenas domésticas. Interiormente fortalecía su alma con la<br />

conformidad y exteriormente con el trabajo. [301]<br />

Fuera <strong>de</strong> algunos breves momentos, ni el observador más perspicaz habría notado<br />

alteración en ella. Estaba como siempre, grave sin sequedad, amable con todos, jovial<br />

cuando el caso lo requería, enojada jamás. Sin embargo, cuando Crucita y ella se<br />

sentaban a coser, podían oírse en boca <strong>de</strong> la hermana <strong>de</strong> D. Benigno observaciones<br />

como esta:<br />

-Pero mujer, está Mosquetín haciéndote caricias y ni siquiera le miras.<br />

Sola se reía y acariciaba al perro.<br />

-Hace días que estás no sé cómo... -continuaba el ama <strong>de</strong> Mosquetín-. Nada, mujer,<br />

ya vendrán esos papeles; no te apures, no seas tonta. Pues qué, ¿han <strong>de</strong> estar en la China<br />

esos cansados legajos?... ¡Vaya cómo se ponen estas niñas <strong>de</strong>l día cuando les llega el<br />

momento <strong>de</strong> casarse! Todo no pue<strong>de</strong> ser a qué quieres boca. Menos orgullito, señora,<br />

que ya que el bobalicón <strong>de</strong> mi hermano ha querido hacerte su mujer, Dios no ha <strong>de</strong><br />

permitir que este disparate se realice sin que te cueste malos ratos.<br />

Sola se volvía a reír y volvía a acariciar a Mosquetín.<br />

Una mañana, los chicos, que estaban en la huerta haciendo <strong>de</strong> las suyas, empezaron a<br />

gritar: «Padre, padre». D. Benigno llegaba. Entró en la casa sofocado, ceñudo,<br />

limpiándose [302] con el pañuelo el copioso sudor <strong>de</strong> su inflamado rostro, y <strong>de</strong>jándose<br />

caer en una silla con muestras <strong>de</strong> cansancio, no <strong>de</strong>cía más que esto:<br />

-¡Los papeles!... ¡Los papeles!... ¡D. Felicísimo!...<br />

-¿Qué?... ¿Han parecido?... -le preguntó Sola con ansiedad.<br />

-¡Qué han <strong>de</strong> aparecer!... ¡Barástolis! No hay paciencia para esto, no hay paciencia...<br />

- XXIX -<br />

¿Y cómo habían <strong>de</strong> aparecer, santo Dios, si el cura <strong>de</strong> La Bañeza, a consecuencia <strong>de</strong><br />

una reyerta con el obispo <strong>de</strong> la diócesis había hecho la gracia <strong>de</strong> huir <strong>de</strong>l pueblo,<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> arrojar a un pozo todos los libros parroquiales? Véase aquí por dón<strong>de</strong> la<br />

tremenda y sorda lucha que entre el régimen absolutista y el espíritu mo<strong>de</strong>rno estaba<br />

empeñada, había <strong>de</strong> estorbar la felicidad <strong>de</strong> aquel candoroso Don Benigno, que, aunque<br />

liberal, en nada se metía.<br />

Era el obispo <strong>de</strong> León, Sr. Abarca, absolutista furibundo <strong>de</strong> i<strong>de</strong>as y aragonés <strong>de</strong><br />

nacimiento, con lo que basta para pintarle. De [303] consejero áulico <strong>de</strong>l Rey y atizador<br />

<strong>de</strong> sus pasiones pasó a la intimidad <strong>de</strong> D. Carlos y a la dirección <strong>de</strong>l partido <strong>de</strong> este,<br />

llegando a ser más tar<strong>de</strong> ministro universal <strong>de</strong> la corte <strong>de</strong> Oñate. El cura <strong>de</strong> La Bañeza

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