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16 a 20 - Weblog de Francesc Martínez Mateo

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Al concluir su apóstrofe, la doncella se quedó sin fuerzas y cayó en una silla; cayó<br />

blanda, fría, muerta como la ceniza <strong>de</strong>l papel cuando ha concluido la rápida llama. No<br />

tenía fuerzas para nada, ni aun para mirar a su enemigo, a quien suponía levantado ya<br />

para matarla. Pero el tenebroso Romo más que colérico parecía meditabundo, y miraba<br />

el suelo, juzgando sin duda indigno <strong>de</strong> su perversidad grandiosa el conmoverse por la<br />

flagelación <strong>de</strong> una mano blanca. Su resabio <strong>de</strong> mascullar se había hecho más notable.<br />

Parecía estar rumiando un orujo amargo, <strong>de</strong>l cual había sacado ya el jugo <strong>de</strong> que nutría<br />

perpetuamente su bilis. Veíase el movimiento <strong>de</strong> los músculos maxilares sobre el<br />

carrillo verdoso don<strong>de</strong> la fuerte barba afeitada extendía su zona negruzca. Después miró<br />

a Elena <strong>de</strong> un modo que si indicaba algo era una especie <strong>de</strong> paciencia feroz o el<br />

aplazamiento <strong>de</strong> su ira. La córnea <strong>de</strong> sus ojos era amarilla como suele verse en los<br />

hombres <strong>de</strong> la raza etiópica y su iris negro con azulados cambiantes. Fijaba poco la<br />

vista, y raras veces miraba directamente como no fuera al suelo. Creeríase que el suelo<br />

era un espejo, [137] don<strong>de</strong> aquellos ojos se recreaban viendo su polvorosa imagen.<br />

Levantose pesadamente, y dando vueltas entre las manos al sombrero, habló así:<br />

-Y sin embargo, Elena, yo la adoro a usted... Usted me insulta, y yo repito que la<br />

adoro a usted... Cada uno según su natural; el mío es requemarme <strong>de</strong> amor... ¡Rayo! si<br />

usted me quisiera, aunque no fuese sino poquitín, me <strong>de</strong>jaría gobernar como un perro<br />

fal<strong>de</strong>ro... Sería usted la más feliz <strong>de</strong> las mujeres y yo el más feliz <strong>de</strong> los hombres,<br />

porque la quiero a usted más que a mi vida.<br />

Sus palabras veladas y huecas parecían salir <strong>de</strong> una mazmorra. Sin embargo, hubo en<br />

el tono <strong>de</strong>l hombre oscuro una inflexión que casi casi podría creerse sentimental; pero<br />

esto pasó; fue cosa <strong>de</strong> brevísimo instante, como la rápida y apenas perceptible<br />

<strong>de</strong>safinación <strong>de</strong> un buen instrumento músico en buenas manos. Elena se echó a llorar.<br />

-Ya ve usted que no pue<strong>de</strong> ser -balbució.<br />

-Ya veo que no pue<strong>de</strong> ser -añadió Romo mirando a su espejo, es <strong>de</strong>cir, a los<br />

ladrillos-. Pue<strong>de</strong> que sea un bien para usted. Mi corazón es <strong>de</strong>masiado gran<strong>de</strong> y negro...<br />

Ama <strong>de</strong> una manera particular... tiene esquinas y picos... <strong>de</strong> modo que no podrá querer<br />

sin hacer [138] daño... A mí me llaman el hombre <strong>de</strong> bronce... Adiós, Elenita...<br />

quedamos en que me resigno... es <strong>de</strong>cir, en que me muero... Usted me aborrece... ¡Rayo!<br />

¡con cuánta razón!... Es que soy malo, perverso y amenacé a usted con hacer ahorcar a<br />

ese pobre pajarito <strong>de</strong> Seudoquis... No lo haré... si le ahorcara, al fin le olvidaría usted,<br />

olvidándose también <strong>de</strong> mí... Eso sí que no me gusta. Es preciso que usted se acuer<strong>de</strong> <strong>de</strong><br />

este <strong>de</strong>sgraciado alguna vez.<br />

Elena no comprendiendo nada <strong>de</strong> tan incoherentes razones, vacilaba entre la<br />

compasión y la repugnancia.<br />

-A<strong>de</strong>más yo había amenazado a usted con otra cosa -dijo Romo retrocediendo<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> dar dos pasos hacia la puerta-. Yo tengo una carta, sí, aquí está... en mi<br />

cartera la llevo siempre. Es una esquela que usted escribió a esa lagartija. En ella dice<br />

que yo soy un animal... Bien: pue<strong>de</strong> que sea verdad. Yo dije que iba a mostrar la carta a<br />

su mamá <strong>de</strong> usted... No, ¿a qué viene eso? Me repugnan las intriguillas <strong>de</strong> comedia. ¡Yo<br />

enseñando cartas ajenas, en que me llaman animal!... Tome usted el papelejo y no<br />

hablemos más <strong>de</strong> eso.

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