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16 a 20 - Weblog de Francesc Martínez Mateo

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altamente dignas <strong>de</strong> aplauso; mi primer cuidado fue registrar con los ojos toda la galería<br />

reservada por ver si estaba allí quien me cautivaba más que los discursos. Pero ni a<br />

<strong>de</strong>recha ni a izquierda, ni <strong>de</strong>lante ni <strong>de</strong>trás le vi, con lo cual la gran pieza oratoria que se<br />

estaba pronunciando empezó a serme muy fastidiosa.<br />

-¿Quién habla? -pregunté a una señora vieja que estaba junto a mí.<br />

-Alcalá Galiano, el gran orador -repuso en tono <strong>de</strong> extrañeza por mi ignorancia.<br />

-¿Y <strong>de</strong> qué habla? -pregunté sin temor <strong>de</strong> que la señora vieja me creyera cerril.<br />

-¿De qué ha <strong>de</strong> hablar? Del suceso <strong>de</strong>l día.<br />

La señora volvió el rostro hacia el salón, <strong>de</strong>mostrando más interés por el discurso<br />

que por mis preguntas. Yo no quise molestar más, y traté <strong>de</strong> aten<strong>de</strong>r también. El orador<br />

hablaba [193] <strong>de</strong> la patria, <strong>de</strong>l inminente peligro <strong>de</strong> la patria, y <strong>de</strong> la salvación <strong>de</strong> la<br />

patria y <strong>de</strong> la gloria <strong>de</strong> la patria. Es el gran tema <strong>de</strong> todos los oradores, incluso los<br />

buenos. No he conocido a ningún político que no estropeara la palabra patriotismo hasta<br />

<strong>de</strong>jarla inservible, y en esto se me parecen a los malos poetas, que al nombrar<br />

constantemente en sus versos la inspiración, la lira, el estro, la musa ardiente, la<br />

fantasía, hablan <strong>de</strong> lo que no conocen.<br />

Alcalá Galiano era tan feo y tan elocuente como Mirabeau. Su figura, bien poco<br />

académica y su cara no semejante a la <strong>de</strong> Antinoo, se embellecían con la virtud <strong>de</strong> un<br />

talismán prodigioso, la palabra. Le pasaba lo contrario que a muchas personas <strong>de</strong><br />

admirable hermosura, las cuales se vuelven feas <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que abren la boca. Aquel día, el<br />

joven diputado andaluz había tomado por su cuenta el llevar a<strong>de</strong>lante la hazaña más<br />

revolucionaria que registran nuestros anales.<br />

Los españoles sentían la comezón <strong>de</strong> <strong>de</strong>stronar algo, y el afán <strong>de</strong> probar la<br />

embriaguez revolucionaria que sin duda embelesa a los pueblos <strong>de</strong> Occi<strong>de</strong>nte como a<br />

los chinos el opio, y dijeron: «hagamos temblar a los Reyes, pues que ha llegado la hora<br />

<strong>de</strong> que los reyes tiemblen <strong>de</strong>lante <strong>de</strong>l pueblo...». Mas era aquí la [194] gente <strong>de</strong>masiado<br />

bondadosa para una calaverada sangrienta. En otra parte al ver al Rey sistemáticamente<br />

contrario a la Representación nacional, le hubieran cortado la cabeza; aquí le privaron<br />

<strong>de</strong>l uso <strong>de</strong> la razón temporalmente, diciendo: «Señor, vuestro <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> esperar aquí a<br />

los franceses nos prueba que estáis loco. Con arreglo a la Constitución <strong>de</strong>claramos que<br />

sois digno <strong>de</strong> un manicomio y <strong>de</strong> per<strong>de</strong>r la autoridad real. Vámonos a Cádiz, y cuando<br />

estemos allí, os adornaremos <strong>de</strong> nuevo con vuestra cabal razón, y seguiremos partiendo<br />

un confite como hasta aquí».<br />

Admirable recurso habría sido este a mi parecer, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el punto <strong>de</strong> vista liberal,<br />

teniendo un gran ejército para reforzar el argumento en los campos <strong>de</strong> batalla. Sin<br />

fuerza, aquel hecho probaba que los diputados estaban más locos que el Rey, y así se lo<br />

dije a Falfán <strong>de</strong> los Godos. Con esto se compren<strong>de</strong> que el Marqués había entrado en la<br />

galería, colocándose <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> mí. Él ponía mucha más atención que yo al discurso y<br />

aun a los rumores que sonaban arriba y abajo.<br />

-Han llenado <strong>de</strong> gentuza la tribuna pública -me dijo en voz baja-, para que aplauda<br />

las atrocida<strong>de</strong>s que habla ese hombre.

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